jueves, 16 de abril de 2015

CAPITULO 5




Abrió los ojos ante la luz insoportable que entraba por la ventana.


¿Por qué se había olvidado de bajar las persianas? Y ¿Por qué el sol le quemaba de esa manera la cabeza?


Oh, la noche anterior.


Volvió a cerrar los ojos. Se había emborrachado y había vuelto acompañado. Mierda.


Se dio vuelta para enfrentarla, pero estaba solo en la cama.


Despacio, fue caminando por todos los espacios del departamento, pero ella no estaba. Suspiró aliviado.


Había sido un error enorme.


Se distrajo con el sonido de su celular.


Miró la pantalla y se tapó la cara sintiéndose culpable mientras atendía.


—Hola, mi amor. ¿Cómo estás? – su novia, Sole. Con quien estaba hacía cerca de un año.


No era un noviazgo muy estable, pero de todas formas la quería.


Iban y venían todo el tiempo, y no era la primera vez que estaba con otra mujer. Pero para ser justos, ella tampoco había sido una santa. Llevaban una relación abierta y hasta hacía dos meses, no eran exclusivos. No se iban contando los detalles tampoco, pero cada uno hacía su vida.


Pero dos meses atrás, ella se había cansado, y le había dado un ultimátum. O iban en serio, o rompían para siempre. 


El suponía que era porque estaba cansada o aburrida de todo, y quería compromiso solamente para probar algo nuevo. Siempre hacía eso. Se cambiaba el color de pelo,
cambiaba su estilo al vestir, iba probando comidas, personas, carreras y ciudades. Sin encontrar algo que realmente le gustara. Simplemente le gustaba probar.


De todas formas él había aceptado.


No quería dejar de verla.


Era preciosa, y ya se conocían tan bien... Se llevaban perfecto en la cama, y no tenían mayores peleas. ¿Por qué arruinar algo así de agradable?


No estaba enamorado, pero no creía en el amor a primera vista.


Creía en el amor que se construía día a día. Ese que iba creciendo con los años, con las experiencias vividas. Como lo que tenían sus padres.


Quería una compañera.


No volvería a tomar así nunca más.


Sus padres llegarían a la tarde. Iban a salir a comer para festejar que se había recibido. Todavía no podía creerlo. 


Habían sido cinco años de muchos sacrificios, y por fin tenía lo que siempre había querido.


Soledad quería que se pasaran lo que quedaba del año viajando, pero él no podía esperar a tener su primer trabajo. No sabía como decírselo todavía, pero la semana siguiente ya tenía unas cuantas entrevistas.


La publicidad era su vida.


Según sus profesores, tenía talento. Durante la universidad, había sido premiado en repetidas ocasiones por ideas y proyectos que había hecho. Su tesis había sido con una empresa importante, que terminó por contratar sus servicios finalmente, y pagarle por la idea de campaña.


Era una persona creativa.


En su vida personal, podía parecer algo relajado y desordenado.


Pero cuando se trataba de tener ideas, él tenía una imaginación y una inventiva privilegiada. Para distraerse ilustraba y sacaba fotografías. Le gustaba el arte y eso se notaba en sus trabajos. Siempre tenían un toque distintivo que él les otorgaba.


Odiaba hacer deporte, pero se mantenía en forma corriendo y yendo al gimnasio. Uno de sus mejores amigos era profesor de educación física, así que no tenía que preocuparse por eso. Tenía su propio entrenador.


Siempre le habían gustado las mujeres.


Antes de conocer a Soledad, había salido por años con una de sus compañeras de colegio. Un buen día, se cansó de él y lo dejó. Eso le había roto el corazón.


Había estado triste por mucho tiempo. Era la primera vez que se enamoraba, y de verdad estaba sufriendo. Pero gracias a sus amigos, logró salir adelante y dejar atrás el dolor. Tiempo después empezó a salir, a conocer gente nueva, y se puede decir que ya lo tenía bastante superado.


Pero fue al conocer a Soledad, lo que hizo que superara esa ruptura para siempre.


Estaba volviendo a sentir cosas que no había sentido con otra chica, y se sentía bien.


Por eso, pensó, lo que había pasado la noche anterior había sido una equivocación terrible de su parte. Se merecía mucho más.


Ni siquiera sabía el nombre de la chica con la que había estado.


Entrecerró los ojos. Es probable que ni siquiera recordara su rostro. Solo sus ojos.


Unos ojos verdes grandes de mirada cautivadora. Ese gesto que le había gustado desde el primer momento. Levantando una ceja con una media sonrisa. Daban la impresión de que sabía exactamente lo que estaba haciendo, y lo hacían sentir a su merced, a la espera de que ella siguiera tomando el control. Nunca había conocido una mujer así. Esa seguridad…


Sacudió la cabeza. Se tenía que dejar de pensar pavadas.


Ordenó como pudo el departamento, tratando de esconder todas las botellas de alcohol, y limpiando el lío que habían dejado sus amigos. No iba a ser una tarea fácil, pero no le quedaba más remedio.


Su cuarto era lo peor. ¿Qué había sucedido allí?


Sonrió cuando levantó del piso el vestido y la peluca. Sus amigos habían conseguido el vestuario, y él tenía que usarlo.


Era una promesa que les había hecho si se recibía, y la verdad es que había tomado tanto, que tampoco sintió la vergüenza que normalmente hubiera sentido. Se suponía que estaba personificando a una de sus profesoras. Una en particular.


Una que lo tenía entre ceja y ceja desde hacía mucho, y que
casualmente fue una de las últimas materias en rendir. 


Maldita mujer, pensó.


Tiempo después de que lo desaprobara en un práctico, se enteró que también había participado en un certamen de publicidad en el que él había salido ganador. ¿Sería por eso?


Hubiera dudado, de no ser porque de ahí en más, su actitud para con él había cambiado totalmente. Y le había puesto piedras en el camino cada vez que había podido. Cinco años muy largos.


Pero ya se había terminado.


Ya tenía su libreta firmada, y era oficialmente un Licenciado en Publicidad. Ella ya no podía hacer nada para evitarlo.


Y tenía que reconocer que disfrazarse de esa bruja había sito catártico, y una forma divertida de terminar de exorcizarla de una vez.


El lugar había quedado de punta en blanco.


Sus padres habían llegado con comida para que abasteciera su freezer, cosa que agradecía de corazón, porque ya se había quedado sin provisiones.


Para su sorpresa, habían ido con Soledad. La habían llamado más temprano y se habían puesto de acuerdo para ir a cenar a un lugar en donde tenían reservas.


Y no es que no lo pusiera contento, pero esperaba tener una comida en familia. Por otro lado, todavía tenía muy presente lo que había pasado la noche anterior, y sentía algo de culpa al verla. Suspiró y sonriendo la saludó con un beso.


Apenas estuvieron sentados y comiendo, empezaron a salir los mismos temas de siempre. ¿Se quedarían en Buenos Aires? ¿Se irían de viaje? ¿Cuánto tiempo? Y miles de indirectas de su madre, queriendo saber sin pensaban mudarse juntos, o poner fecha para casarse.


De repente el aire en el restaurante se hacía más espeso, y le costaba respirar.


Iba esquivando las preguntas como podía, pero su novia, a
diferencia de otras veces no parecía ayudarlo.


Lo ponía en evidencia, y les seguía la corriente.


Tenía ganas de excusarse para ir al baño y escapar por la ventana.


Sus padres estaban empeñados en que él cumpliera con todas las expectativas que ellos tenían. Querían que sentara cabeza, que se casara, que se pusiera a trabajar y que tuviera hijos.


Muchos.


El no es que no quisiera eso, pero definitivamente no ahora.


Y no sabía que mosca le había picado a Soledad. Una de las cosas que más le gustaban de ella, es que siempre había sido un espíritu libre. No creía en el matrimonio como institución, y se reía de todas esas convenciones. Para ella eran un cliché. Poco originales.


Y ahora estaba hablando de esos temas con su madre. Era ridículo.


La cena tuvo que terminar en algún momento, y él y su novia se habían ido al departamento tras despedirse de sus padres.


Estaba todavía algo mareado, como si un camión con acoplado acabara de pasarle por encima. No sabía si sacarle el tema o no. No tenía ganas de peleas. Tenía ganas de dormir diez horas seguidas, todavía le pesaba la borrachera de la noche anterior.


Pero ella tenía otros planes.


Se paró frente a él con las manos en la cintura.


—¿Por qué no le dijiste a tu mamá que nos vamos de viaje? – parecía enojada. Genial.


—Porque pensé que todavía no lo habíamos hablado nosotros. – dijo confundido.


—¿Cómo que no lo hablamos? Hace meses que lo venimos
esperando… – suspiró y lo rodeó con los brazos. —Yo ya saqué pasajes y preparé todo para que mañana mismo nos vayamos a Machu Pichu.


No sabía si era posible, pero él sentía que el corazón había dejado de latirle por unos segundos.


—¿Qué? – preguntó tranquilo sin alterar ni un músculo de la cara.


—Eso... – le sonrió como si nada. —Quería sorprenderte, y ya arreglé todo.


—No me puedo ir, Soledad. – era momento de hablar.


—¿Cómo que no? – parecía confundida.


—Porque mañana es muy pronto… no tengo nada listo…y… – tomó aire antes de decirlo. —La semana que viene tengo entrevistas de trabajo.


La chica se había quedado con la boca abierta. Lo soltó de golpe y en un gesto casi inconsciente, lo empujó.


—¡¿Qué?! ¿Por qué no me dijiste? – estaba gritando. —¿Cómo podés ser tan egoísta? ¿Trabajo? ¿Y nuestros planes de viajar? – estaba histérica.


—Tus planes, Soledad. Yo siempre quise empezar a trabajar, y lo sabías. – dijo levantando las manos intentando calmarla. —No soy egoísta.Si nos queremos ir a vivir juntos, alguno tiene que trabajar.


—Ah, entonces es eso. – levantó la cabeza riendo de manera irónica. —Claro, porque pensas que soy una mantenida… sos igual que mi viejo, Pedro Alfonso. Sos igual.


Mierda. Le había dicho Pedro Alfonso. Estaba enojada.


—Soy realista. – quiso sostenerle las manos, pero ella se soltó. — No me molesta mantenerte, amor. Yo sé que querés estudiar, y conocer el mundo. Me encanta eso de vos… pero lamentablemente yo necesito trabajar.


—Vos lo que querés es que yo haga todo lo que se supone que está bien. Tu mamá quiere que nos casemos. Quiere que tengamos mil hijos, y que yo sea una ama de casa. – lo miró horrorizada, y señalándolo con el dedo índice le dijo. —Yo no nací para eso. No quiero eso para mí.


—Nunca te pediría eso, Soledad. – suspiró. —Aunque hoy parecías estar muy de acuerdo con mi vieja…


—¿Y qué le tenía que decir? – cada vez gritaba más fuerte. — Tengo sueños y ni vos ni nadie me va a impedir que los cumpla.


—¡Pero escuchate lo que decís! – dijo cansado. —¿Quién te está impidiendo algo? Todo lo contrario… Yo siempre te apoyé en todo.


—Y ahora me lo echas en cara. – enojada buscó su cartera y se fue hasta la puerta. La conocía. Sabía que a continuación diría algo fuerte y se marcharía pegando un portazo.


Esperó paciente y ella le clavó la mirada con una mano en el
picaporte.


—Yo me voy a ir de viaje igual... – levantó un poco más la voz. —Suerte en tu vida, Pedro. Ojalá que encuentres una mujer que se conforme con una vida mediocre y con un trabajo de ocho a cinco. Y espero que vos no te arrepientas cuando a los cuarenta odies en lo que te convertiste.


Y en un gesto teatral, salió azotando la puerta y haciendo vibrar los vidrios de las ventanas por el golpe.








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