jueves, 16 de abril de 2015
CAPITULO 6
Pedro miró la puerta y después se rio. Seguramente en unos días se le pasaba.
Tal vez era mejor si ella se iba de viaje. Era lo que quería.
Esperaría a que se cansara de conocer lugares y quisiera por fin establecerse a su lado. Siempre se aburría de todo, esta no sería la excepción.
Ahora quería concentrarse en su carrera, y en los proyectos que tenía para su futuro.
Era tarde, y uno de sus amigos le había mandado un mensaje preguntándole si salía. Miró el reloj. Las doce de la noche. Mmm…bueno, se quería sacar la mala onda de encima.
En menos de diez minutos, se estaba yendo de fiesta con su grupo.
Al contarles de su pelea con Soledad, lo alentaron para que tomara todo tipo de tragos y se habían cansado de hacerle chistes y cargarlo con el tema. Pero no le importaba.
A esas alturas de la noche, no le importaba nada.
No sabía como, pero habían terminado en el mismo boliche de la noche anterior. Sin querer, empezó a mirar para todos lados buscando a la chica rubia con la que se había ido.
¿Habría salido también?
¿Qué le importaba? ¿Para qué quería verla?
Ezequiel, uno de sus amigos, estaba tratando de levantarse una morocha divina. Era flaquísima, y apostaba cualquier cosa a que era modelo. Viendo que estaba teniendo algunos problemas, se acercó para ayudarlo.
—Le decía a Caro, que después del boliche nos vamos a casa, tranqui a tomarnos un champan. – lo codeó su amigo. —Que si quería venir con algunas amigas.
Cuando dijo “amigas”, algo en su cabeza hizo click.
Recordaba a esa morocha de otro lado, y era de la noche anterior. Estaba con la rubia.
—Si, eso. Vengan. ¿Viniste con muchas amigas? – miró
disimuladamente por todos lados.
—Vine con dos amigas, pero queríamos llamar a otra más, que está en su casa re embolada. – dijo entre risas.
—Estamos en auto. La vayamos a buscar. – sugirió sin que nadie le preguntara. Ezequiel lo miró curioso, pero asintió.
La chica se rio y aplaudiendo les dijo.
—¡Dale! – más risas. —Nos va a matar.
Y así fue como se subieron su grupo de dos amigos, Caro y otra chica más con pelo cortito en busca de una tal Paula.
El solo podía cruzar los dedos por que fuera la misma persona que esperaba ver.
Se detuvieron frente a uno de los departamentos más lujosos de la cuadra más lujosas del barrio.
Silbó impresionado.
—Bajo a tocarle portero. – dijo la morocha bajándose del auto.
La otra chica se había quedado charlando con Agustin, otro de sus amigos. Aparentemente, la noche anterior habían intercambiado teléfonos, o Facebook, porque charlaban sin problemas. Como si ya se conocieran. El miró a su amigo Ezequiel que estaba algo borracho y sonreía a la figura de Caro caminando de espaldas.
Sonrió.
En diez minutos, la chica salió del edificio con su amiga. Hizo un gesto de victoria con la mano sin que nadie lo notara. Era la rubia.
Ahora más sobrio, se había quedado con la boca abierta.
¿Cómo había hecho para que una chica así le diera bola? Y más, estando travestido.
Era alta, rubia, con un cuerpo impresionante y unos ojos…
Se le secó la boca.
Todo su cuerpo reaccionó de repente recordando algunos detalles de la noche anterior que creía haber olvidado.
Las chicas se acercaron, y fue justamente Paula quien habló.
—Vamos a un bar, mejor. – dijo mirando a sus amigas. —Si
ustedes quieren venir, vamos todos juntos.
Las otras dos chicas, estuvieron de acuerdo casi al instante. Como si siguieran las órdenes de la rubia.
Todavía no lo había visto, y cuando lo hizo se quedó muy quieta.
Sin perder la calma, se compuso al instante y le sonrió.
Ahí estaba de nuevo ese gesto con la ceja.
El, un poco menos disimulado le sonrió con ganas y le hizo un gesto con la mano.
Rápidamente miró a sus amigas y se subieron a otro auto.
—Nosotras vamos en este, somos muchos. – dijo otra vez.
Ezequiel se rio.
—¿Y esta? – lo miró ahora con más atención. —¿No es la
misma…?
El lo interrumpió haciendo gestos para que se callara.
No pudo evitar reírse cuando tanto Ezequiel como Agustín
empezaron a reírse y aplaudir cantando lo mismo de la noche anterior.
La siguió en el auto hasta un bar que no conocía. Era gigante, y la fila para entrar era eterna. Ya eran las dos de la mañana, y no tenía ganas de estar afuera esperando, pero por la cara de sus amigos, sabía que no iba a poder negarse.
Mariano estaba decidido a estar con la morocha. Y para ser sincero, él tenía muchas ganas de volver a estar con Paula.
Apenas estacionaron los autos, Caro, los juntó cerca de la puerta y después de hablar con uno de los guardias les abrieron, mientras los que estaban en fila esperando se quejaban.
—Tengo algunos amigos. – dijo la chica riendo.
Adentro estaba lleno. Se sorprendía de no conocer el lugar, era impresionante. Enorme. Las luces, el colorido…
Estaba sonando una canción que le gustaba y la gente parecía estar pasándola genial.
Su amigo, sin ganas de perder el tiempo, agarró a la morocha por la cintura y la invitó a tomar algo los dos solos. Ella al principio había mirado a sus amigas, pero finalmente se había ido con él.
Estaba un poco incómodo. Estaban los cuatro ahí, en medio de la multitud. No se podía hablar mucho, porque con el volumen de la música, no se escucharían.
Tuvo la sensación de estar demasiado sobrio para el contexto.
Miró a Agus, su amigo, y él estaba charlando algo con la de pelo cortito. Le decía algo al oído, y ella le mostraba la pantalla de su celular.
Se habían quedado oficialmente solos.
La miró y le volvió a sonreír. ¿Qué más podía hacer? Ayer ni
siquiera se habían dicho los nombres, con suerte habían cruzado cinco palabras.
Pocas veces se había sentido tan pelotudo.
Ella, que parecía haberlo notado se rio y levantando una ceja puso una de sus manos en su hombro, apoyándose para decirle algo al oído. Ese roce hizo que todo su cuerpo se alterara. Y cuando sintió su aliento cerca del cuello, no pudo resistir y cerró los ojos.
—Paula. – dijo bajito, presentándose.
Todo su cuerpo reaccionó cuando escuchó su voz. Era inevitable. La había escuchado así de cerca la noche anterior, en otras circunstancias totalmente distintas y ahora, maldita sea, no podía pensar en otra cosa.
—Pedro. – dijo, pero la voz apenas le había salido. Se aclaró la garganta y volvió a decir. —Pedro.
Ella le sonrió, y con toda la confianza del mundo le dio un beso en la mejilla.
—Mucho gusto.
Asintió sin saber que decir. La chica lo descolocaba. Lo ponía nervioso. No estaba acostumbrado a sentir esas cosas. A sentirse avasallado. A que alguien más tomara el control de la situación.
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