domingo, 17 de mayo de 2015

CAPITULO 107





Sus padres habían llegado un poquito más temprano de lo que habían quedado, pero bueno. Ya no había nada que pudieran hacer.


Antes de abrir la puerta, suspiró y esperó lo mejor.


Esa chica significaba mucho para él, así que sería mejor para todos, que lograran una buena relación.



****


Solo era la madre de Pedro. Su papá, resulta que ya tenía planes para aquella noche, y la mujer estaba tan entusiasmada por la cena, que no había querido cancelar para cuando pudieran estar todos.


Al principio, Alicia la había saludado cálidamente, y se había
acomodado en uno de los sillones de la sala en donde estaba su hijo como si se tratara de su casa.


Era agradable, simpática, y tenía una personalidad sumamente interesante.


—¿Es seguro dejar el auto en la puerta? – preguntó. —Nunca vengo para este lado del barrio.


—Si, mamá. – le contestó su hijo. —De hecho es más peligroso en la puerta de mi departamento. Mi antiguo departamento. – se corrigió.


Ella asintió y agregó.


—Pero si se siente más segura, lo puede entrar a la cochera. – le sugirió. —Tengo varios lugares para invitados.


La mujer levantó las cejas impresionada, pero rápidamente rechazó su oferta.


—Está bien, querida. – se acomodó en su lugar. —Está bien así.


Desesperada por hacer algo para terminar con ese silencio que se formaba cada tanto, se fue a la cocina y sirvió tres copas de vino.


Vació una de un trago y la volvió a servir. Al final, lo iba a
necesitar.


Amablemente, le ofreció una de las copas a Alicia, pero esta arrugó la nariz y negó con la cabeza.


—No, querida. Gracias. – la frenó. —No tomo nada con el
estómago vacío.


—Ya estamos por comer, mamá. – dijo Pedro sintiéndose mal por Paula.


—Está bien. – le dijo ella mirándolo con cariño y volvió a dirigirse a la mujer. —¿Prefiere agua, jugo de fruta o gaseosa?


—Agua está bien. – dijo sonriendo.


Ella asintió y se volvió a la cocina, en donde aprovechó para apurar la comida.


Había hecho una de sus recetas favoritas. La que más elogios le habían hecho siempre. Pero ahora no estaba tan segura. ¿Y si no le gustaba? Lasaña vegana.


Era algo que su amiga Gabriela le había encargado cocinar una vez, porque a ella la cocina se le daba más fácil. Y si bien, ella no tenía problemas en comer carne, esta comida en particular, se le daba muy bien.


Volvió a la sala, indicándoles que en cualquier momento estaría listo, y que podían sentarse a la mesa.


Pedro, se acercó a ella y la quiso ayudar a servir la lasaña, pero se negó.


—Atendé a tu mamá. – le susurró. —Me odia.


—No te odia. – le dijo al oído. —Nada que ver. – y la besó en los labios rápidamente.


Pero el tiempo suficiente, para que la mujer los viera. Dios, estaba incómoda.


Poco tiempo después estaban los tres sentados comiendo.


Alicia estaba impresionada. De verdad le había gustado el platillo y hasta le había preguntado por la receta. Orgullosa y algo emocionada, no había tenido dudas en compartir hasta el último de sus secretos con ella.


Todo iba marchando sobre ruedas, hasta que…


—Lasaña vegana.. que genial. – sonrió. —La próxima vez que Soledad venga a casa, puedo prepararla. – miró a Paula y aclaró. —Mi ex nuera, se está haciendo vegetariana.


—Ah. – dijo ella tratando de sonreír, aunque por dentro estaba imaginándose como sería matar a alguien a patadas.


—Mamá. – le advirtió Pedro.


—¿Qué tiene? ¿Ahora tampoco puedo hablar de ella? – se quejó.


—A mí no. – dijo su hijo poniéndose serio.


—Ya se van a arreglar. – miró de nuevo a Paula. —Siempre que se pelean, después se amigan. – dijo como quitándole importancia a todo el asunto.


—¿Dónde me dijiste que se iba papá? – preguntó Pedro queriendo cambiar de tema.


—Tenía una comida con sus ex compañeros de trabajo. – dijo encogiéndose de hombros. —Cuando pueda, deberíamos juntarnos todos a comer también. – propuso con una sonrisa.


—Si, me parece bien. – dijo ella que hacía rato estaba callada.


—Y les podés decir a tus padres, así los conocemos también. – sugirió Alicia. —Así se conocen las familias, en realidad.


Paula levantó su copa y tomó un par de tragos. Que fuerte.


Pedro le pedía disculpas con la mirada, apenado.


—Porque mudarse juntos es un paso muy importante… y la verdad querida que recién nos conocemos. – dijo mirándola. —Me encantaría saber más de vos, tus planes… los planes de ambos.


—Ahm… – dijo ella algo atragantada.


—Mamá, dejala tranquila. – la cortó Pedro. —No la pongas nerviosa, estamos comiendo.


—Está…está bien. – dijo Paula acariciándole la mano con cariño.


—¿Qué le puedo contar de mí? Soy la directora de una empresa de telecomunicaciones en donde su hijo trabaja, casualmente. – ante la cara que hizo la señora, aclaró. —Pero nos conocimos antes de que empezara a trabajar para la compañía.


—¿Y te querés casar? – preguntó la señora sin recato alguno.


—¡Mamá! – protestó Pedro.


—Si, en un futuro… supongo que si. – dijo seria, esperando que con eso el cuestionario se terminara.


—¿Y tener chicos? – quiso saber además, levantando una ceja agregó. —Porque no sé a que te referís con futuro… pero ya estás bastante grandecita y el reloj biológico…


Paula abrió la boca para contestar pero le faltaba el aire.


¿Acababa de decirle vieja?


—Mamá, basta. – le advirtió por última vez Pedro. —Te estás desubicando. Paula no tenés que contestar a nada de eso, por favor hace de cuenta que nunca te lo dijo. Mil disculpas.


Asintió y todos hicieron silencio por un rato.


—No soy taaan vieja. – dijo por lo bajo mientras seguía comiendo tranquila.


—No, querida. No te quise decir eso. – dijo la mujer sintiéndose un poco mal. —Pasa que Pedrito tiene 27… y nunca le dijimos nada con Pedro, bueno,…porque ella tenía 23.


—¿No tenía 24? – preguntó como quejándose mientras miraba a “Pedrito”, quien se encogió de hombros sin darle importancia. Bueno, un año tampoco hacía mucha diferencia. De todas maneras le llevaba casi diez años a la mocosa. Y cinco a su novio…


—¿Y vos cuántos años tenés? – preguntó Alicia, pero Pedro,
temiendo una pelea se apresuró a decir.


—No importa, mamá. – juntó los platos haciéndolos una pila y dijo fuerte. —Me voy a buscar el postre.


La señora le clavó la mirada y no le quedó más remedio que
responder.


—Tengo 32. – dijo resignada.


—Yo a tu edad ya lo había tenido a Pedro. – dijo levantando el mentón orgullosa. —Y me había casado a los 28. Después se hace cada vez más difícil quedar embarazada… y criar a los hijos. Uf.. es mejor hacerlo cuando una es más bien jovencita.


Ella asintió sin saber bien que responder a eso. Quería salir
corriendo de ahí y tomarse once barriles de cerveza para olvidarse de lo vieja que estaba y de su reloj biológico.


En ese momento Pedro volvió con el postre y cambiaron de tema.




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