sábado, 16 de mayo de 2015
CAPITULO 104
Gabriel se había aburrido de bailar con él, y se había ido con otro de los chicos nuevos de publicidad. Estuvo dando vueltas un buen rato, buscando a Paula, pero cuando la vio ella estaba entretenida charlando con otra gente, así que se encogió de hombros y se fue a buscar un trago a la barra de atrás.
Era unas mesas improvisadas en donde el servicio de catering había puesto a un barman vestido de negro, que hacía todo tipo de trucos con las botellas.
Estaba justamente viendo como preparaba su copa, cuando alguien se acercó por detrás y le tocó el hombro.
Esperando encontrarse con Paula, se dio vuelta sonriendo.
Pero era Silvina.
En este tiempo que había tenido que pasar tantas horas en la empresa, se podía decir que había formado una especie de amistad con ella… aunque después de lo que le había dicho su jefe, se sentía raro en su presencia.
—Hola Sil. – le dijo.
—Vamos a bailar, que me aburro. – le contestó arrastrándolo a uno de los costados.
El, por no rechazarla, bailó por un rato, en el que no había parado de buscar a Paula con la mirada por todas partes.
La chica se le acercó al oído y le susurró.
—Me parece que me gustas mucho, Pedro. – hablaba cerca de su cuello, y cada vez lo tenía más abrazado.
Increíblemente incómodo, se acercó a su oído para decirle.
—Todo bien, Sil, pero estoy con Paula. – no quería ser grosero, después de todo se notaba que estaba borracha y mañana se arrepentiría de todo.
Pero ella, lejos de sentirse avergonzada, lo tomó por las mejillas y lo besó.
Abrió los ojos como platos y sintió como la chica seguía
comiéndolo a besos sin que él si quiera pudiera reaccionar.
Puso las manos sobre sus hombros, y muy delicadamente, la alejó hasta que por fin lo soltó.
—¿Qué hacés? – dijo más enfadado de lo que había querido sonar.
La chica se tapó la cara y se alejó tropezando y riendo para un costado.
Vio que alguien la ayudaba, y la sujetaba antes de que se diera contra el piso.
Todavía inestable, se volvió a parar y se acomodó el vestido
mirándolo. El estaba serio y cuando vio quien había ayudado, se congeló.
Paula.
Y era pura sonrisas.
Mierda. Estaba enojada.
—Cuidado. – le dijo a Silvina. —Tene cuidado, no te caigas.
La pobre la miraba llena de terror, como si de repente se acordara donde estaba, y que había hecho.
Estaba blanca como un papel, ahora si, algo arrepentida.
—Paula. – alcanzó a decir, pero ella la interrumpió.
—Todo bien, Sil. – dijo con la mejor y más radiante de sus sonrisas.
—A mí también me encanta besar a Pedro.
Lo tomó de la mano y se acercó a él de manera cariñosa.
—Igual, dejame que le explique. – dijo entre risas. —Porque es nuevo, no te conoce y no sabe que vos tenes como costumbre ser muy cariñosa con todos tus compañeros. – dijo Paula fulminándola con una mirada asesina, aunque con una sonrisa todavía fija en su rostro.
—Paula… – dijo él por lo bajo, al ver que la chica la estaba
pasando mal.
—No te hagas drama,Pedro. – dijo mirándolo. —No es un secreto… – se rió fuerte. —Si no, se hubiera escondido mejor en la fiesta de año nuevo. ¿Te acordás de Marcos, mi ex asistente? – él no contestó. —En pleno baño del salón… y bueno, ahora acá.. en plena fiesta. Ella es así. – dijo acariciándole el brazo de manera posesiva.
Silvina se había puesto roja como un tomate. Al borde del llanto, se inventó una excusa y salió corriendo.
Apenas la perdieron de vista, Paula lo soltó y miró para otro lado.
Genial.
—Hey… – la tomó de la mano, llamando su atención.
Pero ella no lo miraba todavía.
—¿Por qué te enojas conmigo? – dijo sin saber que hacer.
—Yo no la besé… ella me besó a mí. – mordiéndose los labios. —Yo no tengo la culpa.
Ella lo miró de golpe y sorprendida, le dijo.
—Ah… si… ¿Qué culpa tengo si soy tan lindo que todos quieren estar conmigo? – trataba de contener la risa, porque quería todavía lucir enojada.
—Obvio. – dijo él con una sonrisa coqueta y acomodándose el pelo con los dedos.
Ella se rió y lo empujó cariñosamente. Riendo también, aprovechó para sujetarla y la besó con ternura.
Ella respondió agarrando su cuello y suspirando con fuerza.
Separándose apenas para mirarlo, le dijo.
—¿Ya se te borraron los besos de esa atorranta? – él soltó el aire y negó con la cabeza algo divertido.
Mordiendo apenas su labio, le respondió.
—Me encanta que te pongas celosa. – le guiñó un ojo y la apretó más contra su cuerpo.
—¿Si? – levantó una ceja. —¿Querés verme celosa? ¿Querés que te muestre lo que me gusta hacer cuando estoy celosa? – sonrió.
El sonrió mirándola y le habló al oído, rozando los labios con la piel de su cuello.
—¿Hace falta que me preguntes? – ella sonrió y asintió tranquila.
Lo tomó de la mano y se fueron a buscar el auto sin saludar a nadie en el camino.
Por suerte no tenía que manejar, porque no hubiera podido
concentrarse. Su mente y su cuerpo ya estaban en sintonía con el juego de Paula.
Y ella lo sabía. Cada tanto lo miraba, o lo rozaba aparentemente sin querer, volviéndolo loco.
Llegaron al departamento, y si que ella le dijera nada, se fue
desvistiendo camino a la habitación y la esperó de rodillas donde ya sabía.
Era algo que a esta alturas tenía más que incorporado. Ni siquiera tenía que pensarlo, solo lo hacía.
Ella, también como siempre hacía, se metió al vestidor y salió sin el vestido que había llevado a la fiesta.
Debajo tenía un bodie de encaje color natural, con pequeñas
piedritas bordadas, que parecían estar suspendidas en su piel blanca. Era tan delicada, que inspiraba fragilidad… pero a la vez, muchas ganas de lanzarse sobre ella sin importarle nada.
Desfiló frente a él, caminando sobre sus altísimos tacos del mismo color, y se frenó para mirarlo.
De a poco, probando sin tener ordenes precisas de lo que no debía hacer, fue levantando la mirada, y al notar que no lo regañaba la miró a los ojos.
Ella le estaba sonriendo encantada, y diferente a lo que estaba acostumbrado, se agachó hasta su altura, y acariciándole la mejilla, lo besó en los labios por unos minutos.
—Hermoso. – dijo de repente volviéndose a alejar hacia el vestidor.
Era imposible apartar la mirada de esas piernas perfectas, que se movían con gracia y seguridad dejándolo sin aliento. Imposible también no imaginárselas alrededor de su cintura, o de su cuello…
Ella no volvía, y él estaba impaciente. Ya listo para todo.
Escuchó sus tacos avanzando de nuevo en su dirección y por puro reflejo bajó la mirada.
Al ruido de sus zapatos, se le sumó uno más. Un sonido metálico que le sonaba de algo…
Y entonces lo reconoció.
Las correas de cuero, que se parecían a un arnés con collar que ya había usado en otra oportunidad.
—Creo que ya sabés como se usa. – le dijo y alcanzándoselo se cruzo de brazos a la espera de que terminara.
En la mano tenía otra cosa que también conocía. La paleta con el corazón calado. Recordó también los azotes que le había dado con él…
No dolía tanto como otras cosas que después habían probado… De hecho, le gustaba.
Todo su cuerpo se tensó por la anticipación.
Se puso las correas rápidamente, ansioso por empezar a jugar, sin despegar los ojos de la bendita paleta y ella lo miró con una sonrisa.
—Por cada cosa que hagas mal, vas a tener un corazón en donde a mi más me guste. – dijo en tono firme. —Por ejemplo ahora… te estás tardando demasiado.
El la miró sin poder creerlo. Era casi imposible ponerse esas cosas solo. Estaba enredado y se estaba haciendo un lío, pero por lo menos lo estaba intentando.
La vió levantar una ceja, de repente luciendo más seria y bajó la mirada.
Definitivamente no era momento de quejarse ni discutir.
Siguió con lo suyo hasta que lo consiguió.
—Mal. – le dijo. —Tenés que ser más rápido. – lo regañó. —Apoyá las manos en el piso.
El le hizo caso y cerró los ojos esperando.
Lo azotó en las nalgas con violencia y él solo jadeó. Se detuvo unos segundos para asimilar el dolor y disfrutarlo.
Sintió como tiraba de la correa que se unía al collar que tenía alrededor de su cabeza y avanzó a donde ella lo conducía.
Lo llevó hasta la cama, y sosteniéndole la mirada, se sacó lo que tenía puesto lentamente, quedando completamente desnuda.
Se le secó la boca.
Cada vez se hacía más difícil contenerse.
Hacía unos meses, le habría costado porque la deseaba con locura, y porque el juego en sí le daba curiosidad. El nunca saber que le deparaba, era excitante. El recién conocerla, y querer complacerla, era algo que lo tenía fantaseando constantemente.
Y ahora, además de desearla con locura, conocía de que se trataba el juego, y el saberlo también lo volvía loco.
El saber de todas las posibilidades, le quemaba la cabeza y le prendía fuego el cuerpo.
La vio acostarse sobre su abdomen y entrecruzar los brazos
apoyando su cabeza como si fuera una almohada.
—Quiero un masaje, Pedro. – le dijo.
Sabía lo que tenía que hacer.
Fue hasta el cajón de su mesa de noche, y eligió la crema con perfume que sabía que le encantaba.
Se llenó las manos con ella, y sentándose en sus piernas, comenzó a mimarla como más le gustaba.
Su piel se sentía suave y sedosa bajo sus dedos. Cada centímetro de su cuerpo era blanco, delicado y perfecto. Masajeó sus hombros, viéndola sonreír, y fue bajando hacia su cintura. Cuando llegó, abrió las manos, sujetándola por los costados y ella gimió. Le encantaba lo que le hacía sentir.
Siguió bajando, haciendo cada vez más fuerza en sus masajes, sin darse cuenta, a medida que ella se retorcía debajo, disfrutándolo.
Paula levantó una mano, como señal de que ya era suficiente y se dio vuelta para mirarlo.
Con una sonrisa, levantó una de sus piernas, y se la apoyó en pleno pecho.
—Ahora quiero masajes en los pies. – tomó su pie con mimo y le hizo caso de inmediato. Empezó con movimientos circulares, muy suavemente, mientras ella gemía y cerraba los ojos. Suspiró, resistiendo las ganas que tenía de besárselo. Era tentador.
Casi estaba por hacerlo, cuando la escuchó decir.
—Besalo. – y no lo dudó.
Sentía en sus labios y su lengua su precioso y fino pie, y casi entre jadeos siguió por su tobillo.
Ella abrió los ojos y lo miró, pero no lo detuvo.
Tomando más valor, sujetó su otro pie y acercándose ambos a cada lado del rostro los besó y los acarició como había querido hacerlo todo ese rato.
Se apoyó los pies en los hombros, y siguió besando de a poco sus tobillos, sus pantorrillas, el lado interno de sus rodillas.
Eran claras sus intenciones, y ella empezaba a perder el control.
Gemía moviéndose en la cama, tirando de la tela de las sábanas con una mano, y con la otra sujetaba la paleta empuñándola con fuerza.
Se agachó sobre su cuerpo, y le fue besando muy despacio los muslos, hasta que por fin se ubico en donde quería.
Apenas había apoyado su boca, y la respiración de Paula se había vuelto irregular, estremeciéndose por completo.
En algún momento, ella lo había agarrado del cabello y ahora se lo jalaba obligándolo a moverse a su gusto.
El sonido de sus gemidos era algo enloquecedor.
Más cerca estaba, y más ganas le daban a él de perderse con ella.
Sintió como se dejaba llevar entre gritos y tomándolo de la correa, levantaba su cabeza para mirarlo de cerca.
Aun agitada, tomó su boca, y lo besó con violencia.
Ya no podía resistirse.
Se pegó a su cuerpo, haciendo que su entrepierna se pegara a la de Paula con fuerza.
El todavía tenía puesto el arnés, así que no podía hacer mucho, pero lo mismo se movió contra ella, sintiéndola a través de las correas.
Los dos gimieron y se quedaron quietos por un momento.
Si hubiera podido, se hubiera arrancado los malditos cinturones de un solo tirón. Daba igual, de todas formas, estaban al estallar en cualquier momento.
Pero una nueva orden de ella, lo sorprendió.
—Ahora vamos a dormir. – se hizo hacia un costado, apagando la luz de la mesita de noche, se acomodó y cerró los ojos.
—¿Qué? – dijo con la voz entrecortada entre jadeos.
Ella se rió antes de contestarle.
—Eso es para que te acuerdes de quien es tu novia, Pedro. – lo miró y agregó. —Sos muy bueno con todas las mujeres. – le guiñó un ojo. — Deberías empezar a desconfiar de ellas.
Y tras decir eso, le dio la espalda.
Gruñó frustrado y se dejó caer a su lado.
Sin mirarlo, le dijo.
—Te podés sacar las correas para dormir si querés. – hubiera jurado que sonreía de manera perversa mientras lo decía. Aun sin verla, se la imaginaba.
Apretó las mandíbulas, y obediente se sacó los cinturones.
—Mañana me lo voy a cobrar. – le advirtió al oído, y ella solo rió.
Era bastante tarde y el sol empezaba a salir, pero tenía el
presentimiento de que no iba a poder dormir muy bien.
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