lunes, 4 de mayo de 2015

CAPITULO 64





Se levantó con el estómago revuelto. La conversación que había tenido con Paula lo había dejado nervioso. Había algo en su tono de voz, algo que lo inquietaba. “Yo te llamo,” “Mañana hablamos.”


¿Cuándo cualquiera de esas dos frases habían significado algo bueno?


Cerró los ojos angustiado mientras las puertas del ascensor se abrían llegando al piso de su oficina. Le sudaban las manos.


Si llegaba a decirle que ya no quería verlo, su corazón se haría trizas. En realmente poquísimo tiempo, había llegado a engancharse tanto, que ni siquiera quería imaginarse como le dolería.


No.


No quería imaginarse.



****


Había llegado un poco más tarde que de costumbre, para evitar encontrarse con Gabriel o cualquier otro en el pasillo. 


La cabeza todavía le daba vueltas, y no tenía ganas de nada.


Se sentó en su silla y miró el monitor para prender la computadora.


Pero se encontró con algo que la dejó congelada.


Sobre su teclado, había una flor.


Una rosa rosada de tallo largo preciosa, con un cartelito anudado en un pequeño lazo también del mismo color.


Con las manos temblorosas abrió el papelito y lo leyó.



“Me gustaría abrazarte y que todas tus tristezas las compartas conmigo hasta que desaparezcan… Pero como estamos en el trabajo, solo puedo hacer esto. P”


No era un ramo, era solo una flor.


Nada cursi, ni que a ella pudiera parecerle demasiado intenso. Nada más que una simbólica rosa que olía maravillosamente.


Sonrió y sintió que los ojos se le llenaban de lágrimas.


Tenía otra cosa que agregar a la lista de positivos. El estaba
enamorado de ella…y hacía estas cosas que la dejaban estúpida. Antes hubiera dudado, sobre en que columna correspondía… pero bastó solo con ver esa flor y sentir como le temblaban los dedos para darse cuenta.


Se lo imaginó escribiendo el cartel, comprando ese detalle para ella, y dejándolo antes de que nadie pudiera entrar.


Con la rosa y el papelito aun en la mano se levantó de su asiento y caminó sin pensar hasta el área de publicidad.


El estaba cerca de la máquina de café con algunos compañeros charlando, que cuando la vieron en seguida volvieron a sus lugares. Todos menos él, que se quedó muy quieto con cara de asustado.


Ella le sonrió y él sonrió de vuelta con algo de sorpresa…o alivio.


Fue y se paró frente a él, y tomándolo del rostro, lo besó en frente de todos. Aunque parecía sorprendido al principio, no tardó en abrazarla por la cintura.


Contra su pecho podía sentir su corazón además del suyo. Iban a mil por hora.


A su alrededor se había hecho el más absoluto silencio.


Se separó de él para poder mirarlo a los ojos y le sonrió.


—Gracias. – dijo mostrándole la rosa y el cartelito que tenía en la mano.


El sonrió lenta, y encantadoramente mientras le guiñaba un ojo.


Algunos aplaudieron, otros silbaron, y algunos solo dijeron “Aww” por lo tierno del momento.


Gabriel que estaba cerca rió y se encogió de hombros resignado.


Ellos, entre risas nerviosas se miraban sin saber que hacer. 


Quería decirle tantas cosas… pero no era el momento. 


Estaban en la empresa, y a ella se le había acumulado trabajo por no asistir el día anterior.


Se acercó a su oído y le dijo.


—Después. – él, entendiendo le sonrió y asintió.


Se dieron otro beso, aunque más corto para despedirse y cada uno volvió a su puesto.


Puso la flor en agua en donde pudiera verla y cada tanto se
sorprendía mirándola y sonriendo.



****


Tenía la cabeza a mil. ¿Cómo pretendía concentrarse en el trabajo?


Tipeaba con errores, y se olvidaba de las cosas que estaba pensando para el proyecto.


Su cerebro se había ido de paseo después de ese beso.


Había ido preparado para que ella le dijera que no quería estar más con él. Se había mentalizado toda esa noche, y parte de la mañana, en que tal vez lo que tenían, había llegado a su fin.


Pero justo cuando la vió aparecer por ese pasillo, hermosa y
sonriendo… caminando hacia él… su mente había hecho cortocircuito. Ese beso le acababa de arrancar el suelo en donde estaba parado.


Ahora solo tenía que esperar a que esa jornada de trabajo acabara para poder reunirse con ella.


A las cinco en punto de la tarde, apagó su computadora, y se
levantó de su silla.


Caminó con paso rápido hasta el ascensor y dudó.


¿La esperaba abajo? ¿Fuera de su oficina? ¿Ella lo iría a buscar? ¿Debía irse a casa? No habían hecho planes. Solo ese “después”, que todavía sonaba en su cabeza.


Estaba por llamarla cuando le entró un mensaje de texto.


“Esperame en casa. Salgo tarde. Estoy esperando que me envíen un formulario desde España.” Paula.


Más decidido, ahora que sabía lo que tenía que hacer, buscó en su bolsillo el llaverito azul y partió.


De camino a su departamento compró el vino que a ella más le gustaba y al llegar lo puso en la heladera.


Estaba tan nervioso, que sin poder seguir esperándola, lo destapó y se sirvió una copa.


Para cuando ella entró, llevaba media botella y todavía le sudaban las manos


Lo miró y con una sonrisa tímida se le acercó.


No se dijeron nada.


Tras mirarse a los ojos por dos segundos, se abalanzaron sobre el otro en un beso apasionado. Ella lo abrazaba acariciándole toda la espalda, y él la ajustaba a su cuerpo desde la cintura, besándola de manera desesperada.


Habían estado esperando ese momento por todo el día, y ahora no podían parar.


Mientras le acariciaba el cabello, mordió su labio haciéndola gemir.


Sonrió y gruñendo la llevó a los empujones contra la pared.


Suspiró y se separó apenas para decirle algo. Pero él aprovechó y besó su cuello. Con la misma insistencia que antes besaba sus labios.


Inundando sus sentidos con su perfume. Intoxicándose. 


Hasta no sentir nada más que no fuera ella.


—Estuviste tomando vino. – comentó ella mordiéndose los labios.


El asintió y subió sus manos rodeando sus costillas.


—¿No querés que hablemos antes de…? – pero no la dejó terminar.


Empujó sus caderas contra las de ella y de un solo movimiento se sacó la remera que traía puesta.


Lo acarició por los hombros y luego bajando por su pecho mientras lo miraba con deseo.


Eso respondía claramente a su pregunta.


Le sacó la camisa con cuidado y le subió la falda lo suficiente como para poder poner sus piernas alrededor de su cintura. Sujetándola por atrás, se la llevó a la mesa de la sala y la sentó encima.


Entre sus respiraciones agitadas, la escuchó gemir, y no pudo seguir esperando. Se bajó el cierre del pantalón, y bajando rápidamente su ropa interior, se hundió en ella de golpe.


Ella cerró los ojos con fuerza, y se abrazó a él. Se fue acostando, obligándolos a cambiar de posición.


Ahora estaban los dos por encima de la mesa, moviéndose
sincronizados, en un ritmo fuerte e intenso.


Se clavó en ella disfrutando cada uno de sus gemidos y sus jadeos.


Haciéndola suya con cada embestida. Tiró de su cabello como ella siempre hacía, y le mordió el cuello, haciéndola estremecer.


Lo tenía agarrado de los brazos, mientras los acariciaba, y sus piernas estaban tensas, rodeando su cadera. 


Apretándolo más cerca.


Sabía lo que le gustaba, y quería dárselo.


Quería dárselo todo.


Giró despacio su cuerpo, haciéndola gritar, y apurando más la velocidad, hizo que los dos se vinieran de manera violenta con el otro.


Volvieron a buscarse para darse un beso y suspirando, se
encontraban como si hiciera años que no se besaban. 


Alternando besos profundos, con simples besitos por el rostro, estuvieron como por horas.


No tenía ni idea de cuanto tiempo había pasado.


Respirando con normalidad la subió a su pecho y la envolvió en sus brazos, acariciándole la espalda.


Todavía seguía sintiendo el mismo deseo que había sentido apenas la había visto, pero la dejó recuperarse.


Después de un rato ella se incorporó para mirarlo y sonrió.


—Hola. – los dos se rieron.


—Hola, bonita. – la besó en la punta de la nariz.


—Venía decidida a hablar primero. – dijo divertida, negando con la cabeza.


El la miró como disculpándose y se volvió a reír, para nada
arrepentido.


—Por lo menos ahora estoy un poco más relajado para poder hablar. – dijo él mirándola. Su cabello despeinado caía sobre su rostro, resaltando sus preciosos ojos verdes. Y sus labios estaban rosados y levemente hinchados de tanto besar. No, no estaba para nada relajado.


Bastaba con mirarla para que su corazón latiera a toda velocidad.


Ella asintió y sonrió.


—Estuve pensando mucho… – se colocó el cabello detrás de la oreja un poco nerviosa. —…y quiero estar con vos, Pedro. En serio. Una relación. ¿A vos te gustaría?


Lo miraba intensamente.


—S-si, Paula… – contestó soltando el aire mientras hablaba. — Obvio que si. Sabés como me siento… lo que siento por vos… – lo frenó levantando una mano.


—Si, pero no puedo escucharlo todavía. – bajó un poco la mirada. —Me vas a tener que tener mucha paciencia. Probablemente te canses de mí antes. – agregó riendo apenas.


La tomó de una mano y la besó.


—Puedo esperar todo el tiempo que necesites. – y no tenía idea de cuanta verdad encerraban esas palabras. Se sentía tan feliz… que la podría esperar toda la vida.


—También me gustaría contarte por qué me pasan estas cosas. – apretó los labios. —Te lo mereces y te lo quiero contar.


El asintió y le sugirió.


—Yo también te quiero contar un poco más de mi vida. – se bajó de la mesa y le tendió la mano. —Podemos tomar algo mientras… queda algo de vino.


—Voy a necesitar algo más fuerte. – contestó ella.


Un rato y varias copas después, ella le había contado como había sido su primera relación, y como había llegado a marcarla. Si pensó que ya nada podía sorprenderle viniendo de ella, se equivocaba. Ahora podía entender mejor sus actitudes.


Se le había estrujado el corazón escuchando las cosas que había tenido que vivir. Y le dolía pensar que gracias a esa persona, ella después no creyera en el amor. Rogó nunca tener que encontrarse con él cara a cara, porque no sabría controlarse.


Y así, con más confianza, le pudo contar de su primer noviazgo también. Ese que le había roto el corazón. Y de cómo Soledad había sido quien lo había sacado de ese periodo oscuro. Eso le recordó como estaban las cosas ahora con ella, y se angustió.


Pretendía todavía poder hacer algo para mejorar las cosas. 


Era una buena amiga, y siempre la querría.


Paula, al verlo decaído, lo abrazó. Se quedó ahí por un rato
acariciando su espalda y besando su cuello cariñosamente.


No sabía cómo reaccionar. El era quien siempre había sido el cariñoso de los dos. Y ahora que ella estaba dando ese paso, él se congelaba. Sentía su pulso a punto de estallar. 


Se separó para mirar sus ojos y ella se mordió los labios. 


Estaba muy enamorado.


Y así no se lo dijera, no había manera de que no se diera cuenta con apenas mirarlo.


Tomó su boca y la besó mientras la alzaba y se la llevaba a la habitación.


Necesitaba sentirla.


Habían pasado esa noche juntos, y había sido una de las mejores.


Habían sido honestos con el otro, y por primera vez, estaban de igual a igual. Los dos sabían los secretos del otro, los dos venían de relaciones dolorosas, y los dos se gustaban al punto de no poder estar sin el otro. Y eso, de alguna manera se vio reflejado en la cama. La conexión que habían logrado no se comparaba a nada.


Amanecieron abrazados tal cual como se habían acostado, y entre besos, habían hecho el amor por horas.


Ella estaba relajada, y le encantaba. No paraba de sonreír y él se sentía en las nubes.


Habían ido a la empresa juntos, porque ya no existían motivos para seguir ocultándose. Ya todos sabían lo de ellos.


Se habían despedido con besos dentro del auto en pleno
estacionamiento de la compañía, y se habían ido a sus puestos de trabajo, con el mejor buen humor.


Algunos empleados, lo miraban raro, o lo felicitaban. Sus
compañeros más cercanos no lo podían creer. Lo cargaron todo el bendito día. Y Gabriel, aunque seguía siendo simpático, ahora se comunicaba de otra manera. De una más profesional, y guardando algunas distancias.


Sonrió. Al final iba a tener que pensar que lo que Paula le había dicho era verdad.


Marcos, el asistente, estaba hecho una furia. Les había pedido hacer varios de los bocetos otra vez, encontrando siempre algún defecto. Estaba insufrible.


Por suerte, el día terminaría rápido y podría irse con Paula por ahí.


Le propuso, esa noche, ir a su casa.


Pensó en que sería una buena idea alternar en donde se quedaban.


Y así fue como esa noche habían terminado abrazados en su cama, recuperando el aliento tras hacerlo unas cuantas veces antes de que de a poco, se quedaban dormidos en los brazos del otro.


Se había dado el gusto de llevarle el desayuno a la cama, y ella se lo había agradecido de unas cuantas maneras antes de que fuera hora de ir a la empresa.


Empezaban una nueva rutina, de a dos. A veces se quedaban en su casa, otras veces en la suya… comían, se bañaban, y hacían algunas compras juntos, y tenían, como no, sus primeras peleas.


Como la de una mañana, que Paula no podía encontrar el cepillo de dientes en su cartera. Siempre lo tenía a mano cuando iba a su casa, pero se le ocurrió sugerir.


—Te podrías dejar uno acá, así no tenés que acordarte siempre de traerlo. – expresó inocentemente.


Ella se rió alarmada.


—¿Y qué sigue? – lo miró con los ojos muy abiertos. —Hago las valijas y me mudo definitivamente…. – dijo irónicamente.


—Por mí perfecto. – contestó conteniendo la risa ante el gesto desesperado de ella. —Pero nada más te decía un cepillo de dientes.


Sabía que estaba exagerando, pero por orgullo no iba a dar el brazo a torcer. Lo miró enfurecida, y lo ignoró como por una hora. Para cuando se cansó y lo buscó dándole besos en el cuello, haciendo las paces.


Y eran cosas como esas, las que lo enamoraban todavía más.





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