Llegaron a la habitación de Paula, y se miraron. Estaba por
acercarse y besarla, pero ella retrocedió riéndose.
—Te quiero desnudo y arrodillado. – endureció el gesto y levantó una ceja. —Ya.
Un poco nervioso, pero dispuesto, empezó a desvestirse y se quedó en la posición que siempre se ponía esperándola.
Ella se quedó en ropa interior, zapatos, y lo que más le llamó la atención; un collar largo de perlas que se perdía entre sus pechos. Se removió inquieto en su lugar, impaciente por tocarla. Estaba preciosa.
—Mmm….me falta algo. – dijo pensativa paseándose delante de él sin tocarlo. —Ya sé. – sonrió.
Fue hasta su bolso y sacó su labial rojo. Se pintó tan lentamente, mientras separaba los labios, que pensó que su cerebro se iba a quemar.
—¿Te gusta? – preguntó pasándose la lengua por los dientes.
—Si, señora. – contestó comiéndosela con la mirada.
Ella asintió sonriendo y se le acercó tanto que pensó que lo iba a besar. Cerró los ojos esperando, pero en lugar de sentir sus labios, sintió algo suave que se deslizaba dejando aroma a cereza.
Abrió los ojos sorprendido.
—Queda perfecto con tus ojos. – dijo impresionada.
Le pintó el labio inferior, y luego con mucho cuidado el superior mientras él abría un poco la boca para facilitarle la tarea.
Tenía en su mente, la cara de sus amigos negando con la cabeza… si alguien lo veía. Bah…¿Qué le importaba? Era obvio que por esta mujer haría lo que fuera.
—Quiero que te pares y te veas en el espejo. – le pidió.
El hizo caso, esperando no reírse al encontrarse con su reflejo.
Y ahí estaba.
Desnudo.
Con la boca pintada de rojo carmesí.
No le dio nada de gracia, sentía algo más que todavía no se daba cuenta. No sabía que era, pero no era agradable.
—Estas muy… bonito, Pedro. – comentó en tono de burla.
Tensó las mandíbulas totalmente enojado.
Este tipo de maltrato era el que más le costaba aceptar. El que ella lo humillara, era demasiado. Tenía ganas de tenderla en la cama y…
Resopló con violencia mientras fruncía el ceño.
—Volve a tu lugar. – le señaló el piso.
El volvió a obedecer, sintiendo como el calor subía por todo su cuerpo, alcanzando especialmente su cuello y su rostro.
****
Algo en su estómago se agitó también, pero no haría caso.
Estaba todavía molesta y ciega de celos.
Había contado los mensajes que le habían llegado mientras comían.
Once.
Once mensajes de Soledad, que a ella le habían hecho sentir horrible.
Había sentido nauseas, y ganas de golpear algo… En este momento, lo único que quería era castigarlo.
Ella se había sentido furiosa, ahora lo sentiría él.
Se sacó el collar de perlas del cuello y lo tensó entre sus puños.
No era un simple accesorio de bijouterie. Sonrió.
—Conta Pedro. – sin decirle más sujetó el collar de un lado y con el otro, lo azotó con fuerza en plena espalda.
No se la esperaba. Lo vió cerrar los ojos y apretar los dientes
conteniendo un grito.
—Vas a contar hasta once. – le ordenó cada vez más enojada. Ya no le importaba si esto resultaba excitante para él. No era ese el fin. —¿Entendiste?
—Si, señora. – dijo entre jadeos.
****
Pensó que para el cuarto azote, el collar se rompería en pedazos.
Después de todo ¿Cuánto podía soportar? Pero no.
—Cinco. – dijo casi sin aire. ¿De qué estaba hecha esa mierda?
Paula no parecía disfrutarlo. De hecho, parecía cada vez más enojada. Quería parar. Quería decir la palabra clave y terminar con esto.
Pero más que nada, quería saber que le pasaba. ¿Por qué se había puesto así?
El sexto latigazo lo hizo bajar la cabeza. La punta del collar le había dado en la nuca y le había dolido como nunca.
—Mmm…seis. – dijo como pudo.
Agitada le seguía pegando, dejando escapar algún gemido de vez en cuando, señal de que estaba utilizando toda su fuerza.
Para cuando recibió el noveno, ya no podía más. Cayó hacia delante con las manos sobre el piso, soltando el aire por la boca con un bramido.
Ni siquiera podía decir el número. El collar había impactado encima de los otros golpes, y sentía la espalda en llamas.
Rodó hacia su costado y apretó los ojos dolorido.
—Stop. – murmuró.
Sin decirle nada, tiró el collar haciéndolo chocar contra una pared y alcanzando una bata de toalla, salió disparada de la habitación dando un portazo.
El se concentró en respirar con calma por la boca para de a poco relajarse, y ser capaz de tolerar el dolor que sentía.
****
En el fondo, donde ya nadie podía verla, se dejó caer sentada entre los árboles y tapándose la cara, comenzó a llorar.
Sentía como si un hueco le estuviera destruyendo su pecho por dentro dejándola vacía.
No entendía sus sentimientos. Ya no entendía nada.
Se dejó ir, desahogándose… Sintiendo como sus lágrimas calientes, de a poco apagaban el fuego de su corazón.
Nunca le había pasado nada similar.
Al escuchar la palabra clave, había bajado a tierra. Se había visto desde afuera, sujetando ese collar, haciéndole daño a Pedro y se había odiado. Quería abrazarlo, pero no podía.
No.
Ella no era así.
Ella no podía sentir esas cosas.
No era normal. No podía. Sus amigas si podían. Todas ellas si podían permitírselo. Soledad también…
Hasta Pedro podía..
Y ella solo podía hacerle daño…
Se abrazó las rodillas y siguió llorando por un buen rato.
No hay comentarios:
Publicar un comentario