Al día siguiente, ya no había nada que pudiera sacarle a Paula de la cabeza. Era lo último que pensaba cuando se iba a dormir, y lo primero cuando se despertaba.
Estaba en la oficina, terminando de redactar algo que Gabriel le había pedido cuando su celular vibró con un mensaje.
“Te espero en mi oficina en diez minutos.”
Paula.
Miró para todos lados, pero nadie lo miraba. ¿Se levantaba e iba así nomás? Estaba trabajando, no podía dejar todo a medias. ¿Sería por algo relacionado con el trabajo? No. No le parecía.
Gabriel pasó y mirándolo serio le comentó.
—La jefa quiere verte. – se encogió de hombros. —Seguramente tenga que ver con tu contrato.
Siguió caminando y murmurando por lo bajo hasta entrar en una de las salas comunes: “Aunque no sé por qué no lo manda con Recursos Humanos”…
El sonrió y acomodándose la corbata la fue a ver.
Estaba esperándolo sentada en su escritorio, mirando la pantalla de su computadora, con las piernas cruzadas por debajo y unas gafas transparentes apoyadas en la nariz.
—Cerrá la puerta. – le dijo por lo bajo mientras lo miraba.
El le hizo caso y se quedaron solos.
Lo miró de arriba abajo y le sonrió.
—Quería hablar unas cosas con vos. – se desprendió el primer botón de su camisa
Se sentó en la silla que tenía delante, sintiendo como todo su cuerpo se tensaba. Sobretodo una parte.
—Como habrás notado las cosas cambiaron un poco. – él la miró confundido. —Entre nosotros dos.
—Si, me di cuenta. – dijo mirándola intensamente. —¿Hice algo mal? En serio me gustaría saber…
Ella negó rápido con la cabeza.
—No Pedro, no. Vos no hiciste nada malo. – frunció el ceño como si estuviera muy molesta. —Yo hice las cosas mal. Te confundí con mis actitudes. La otra noche se puede decir que fue la primera vez que realmente jugamos. – se mordió el labio. —Así es como realmente va a ser …si querés seguir.
El dudó un segundo, pensando en toda la bronca que había sentido, toda esa frustración… Pero después contestó.
—Si, quiero seguir con vos. – ella asintió sorprendida.
—Entonces te gusta el juego… – dijo ella en tono reflexivo…
No, me gustas vos. – pensó él. Pero respondió.
—Ajá. – y sonrió.
—Ok. Entonces me alegro de que quede claro. – su tono de vos se había vuelto un poco más duro, pero había querido disimularlo.
****
Ahora le quedaba claro, después de todo.
Ella había sido fría, y ni siquiera lo había besado. Sin importar las ganas que había tenido, no se había acercado a sus labios ni una vez. Y de todas formas quería seguir jugando.
Esta bien. – pensó. Si querés jugar, vamos a jugar.
****
—Sacate la camisa, Pedro. – estuvo a punto de reír pensando que era un chiste, pero al ver que ella dejaba de sonreír, rápido se paró y se sacó el ruedo de adentro del pantalón. Estaba aflojándose la corbata cuando lo interrumpió.
—No te saques la corbata. Aflojala nada más. – ladeó la cabeza hacia un lado. —Y sacate los zapatos y los pantalones también.
Estaba por protestar, pero ella negó con la cabeza y nuevamente obedeció.
Se había quedado con la corbata, el bóxer y las medias. Ella sonrió y se humedeció los labios. Cuando sus ojos se encontraron, no pudo evitar devolverle la sonrisa también.
—De rodillas. – ordenó de nuevo seria. —Quiero que vengas
gateando hasta mí.
Se agachó, y poniéndose en cuatro patas, avanzó hacia el otro lado del escritorio. Notó que el piso estaba cubierto con una alfombra suave y clara. Era agradable. Se tuvo que morder las mejillas por dentro para no reír de imaginarse que alguien podía entrar y verlo en esa situación. Negó con la cabeza sin poder creerlo. Estaba seguro de que si Paula le pedía que se diera golpes en la cabeza contra la pared, no tardaría en hacerlo.
Ella giró su silla para tenerlo de frente y le acarició el cabello
delicadamente, para después jalárselo con fuerza moviéndole la cabeza hacia un lado y él cerró los ojos, porque le había dolido.
Tomó la punta de su corbata y atrajo su cabeza a su regazo un poco más cerca.
—Siempre quise hacer esto acá. – le dijo y se rió de manera pícara.
Aunque prácticamente lo estaba ahorcando, le pareció adorable.
Abrió despacio sus piernas, se subió la falda y siguió tirando de su corbata. No tenía ni medias, ni ropa interior. La miró rápidamente y vió que suspiraba y se sonrojaba de deseo.
No pudo contenerse.
Puso las manos en cada uno de sus muslos, separándolos aun más y se perdió en su entrepierna. La besó primero con mucha dulzura, y de a poco con más insistencia. Paula cerraba los ojos y apretaba los labios para no gemir.
Se recostó sobre la silla y le dio más espacio haciendo la cadera hacia delante.
Apoyó toda su boca, provocándola y desde ese lugar la miró.
Ella lo miraba también, perdida. El le guiñó un ojo justo en el momento que sacó su lengua para acariciarla también.
Ella gimió y lo sujetó con fuerza. Acercándolo más, moviéndose contra él, ya no aguantaba.
Aceleró sus besos hasta sentir que se dejaba ir. Tenía sus piernas abrazándolo por los hombros y suspiraba trabajosamente.
Nada se sentía como esto. Nada se le comparaba.
Volvió a tirar de su corbata indicándole que se levantara.
Como si se tratara de una correa, caminó con él por la enorme oficina hasta apoyarlo contra una pared.
La tenía tan cerca que podía sentir el calor de su piel a través de su ropa.
Lo miró detenidamente, y él por poco se vino abajo. Las ganas que tenía de besarla, lo estaban confundiendo. Sabía que no tenía que tomar la iniciativa, pero es que estaba ahí… tan cerca. Sus labios, rosados apenas entreabiertos…
Ella cerró sus ojos y apoyó la nariz en su cuello, sintiendo su
perfume.
—Mmm… – dijo. El también cerró los ojos, totalmente perdido.
Movió apenas su rostro y besó el lugar que acababa de rozar su nariz. Muy despacio, apenas un toque con su boca, pero resonó en todo su cuerpo. Jadeó apenas, esperando más. Y ella volvió a besarlo. Pero esta vez en la mandíbula.
Su aliento cálido tan cerca, se mezclaba con el suyo y ya no podía seguir aguantando. Tenía que tener esos labios.
Agachó la cabeza apenas y quedaron a solo centímetros de besarse.
Ella parecía sorprendida, pero también un poco fuera de personaje. El sonrió. Le gustaba dejarla así.
Sorprendiéndolo, tomó con ambas manos sus mejillas y lo besó.
Gimió apenas sobre su boca cuando él empezó a responderle con la misma pasión. Arremetió contra su boca con violencia.
Como si estuviera desahogándose por todas las ganas que había juntado hasta ese momento de besarla. La tomó por la cintura, olvidándose de que ella era la que mandaba, y la acercó cuanto pudo a su cuerpo. Nada le parecía suficiente, todavía así estaban muy lejos.
La alzó, y se la llevó a cuestas apoyándola en el escritorio.
Ahora con las manos libres, le tomó el rostro y profundizó su beso tanto como pudo.
Todavía no era suficiente.
Sujetándola por los muslos subió su falda hasta arriba y le separó las piernas haciéndose lugar. No esperó a que se negara, o le diera una nueva orden. Bajándose la ropa interior, se hundió en ella lentamente gruñendo en sus labios mientras la seguía besando.
Lo tomó por el cabello y se lo jaló con violencia arqueando su cuerpo, gimiendo. Con los pies intentaba terminar de sacarle la ropa interior a las apuradas.
El sonrió y con una mano la ayudó.
Tiró de su corbata incitándolo a moverse y a encontrar un ritmo que les sirviera a los dos.
Bajó sus manos hasta sujetarla por la cadera y ya no las movió más.
Controló la velocidad a su gusto y acelerando sus embestidas, pudo ver en sus ojos que faltaba poco.
Así, agitados, entre jadeos, se dejaron ir juntos con fuerza.
La sentía por todas partes. Podía sentir en su piel lo que ella estaba sintiendo. Podía adivinar en su mirada cada una de sus sensaciones.
Apoyó su frente en la suya intentando calmar su respiración
Había sido increíble.
La volvió a besar, esta vez más despacio. Mientras le acomodaba el cabello. Se había calmado, pero su corazón todavía latía desbocado. Había extrañado besarla.
Se dio cuenta de que podía atarlo, azotarlo, pisarlo con tacones llenos de pinches, pero para él, la peor tortura era no poder darle un beso.
De repente fueron interrumpidos por su teléfono. Ella se alisó la ropa y separándose de él, presionó el altavoz.
—Gabriel. – puso los ojos en blanco. —¿Qué necesitas?
—Necesito que me firmes los formularios antes de las 6. – hizo una pausa como si estuviera pensando en que decir. —Y ya que estás hablando con el señor Alfonso, decile que tiene que presentar su documentación en Recursos Humanos todavía.
Vio que Paula suspiraba con fuerza y se ofuscaba.
—No me tenés que decir como hacer mi trabajo. – contestó de manera seca e inflexible. —Sé perfectamente lo que tengo que decir y hacer… Por algo estoy acá. ¿Ok?
—¡Ok, ok! – dijo ofendido. —Perdón.
Ella soltó el teléfono de manera agresiva.
La miró esperando que dijera algo, pero estaba callada. Sus ojos se habían enfriado. Así como así, había vuelto a ser la Paula de siempre. El momento que habían compartido, se había roto.
—Me parece que tendría que volver a trabajar. – dijo buscando su ropa para vestirse.
Ella lo miró distraída. Parecía con la cabeza en otro lado. Tal vez todavía estaba enojada por ese llamado.
—S-si. Claro. – dijo.
Terminó de atarse los zapatos y cuando estaba por incorporarse e irse, lo frenó
Tiró de su corbata como había hecho antes, pero esta vez para acomodársela.
Su rostro quedó cerca del suyo, y haciendo caso a sus impulsos, aunque después tuviera que arrepentirse, la besó.
Solo un pequeño y rápido beso robado. Y después le sonrió.
Ella se quedó mirándolo todavía descolocada y se tocó los labios como si no entendiera. Bajó la mirada y lo soltó.
No tenía nada que hacer. Ella había vuelto a su postura, así que era inútil. Se peinó con los dedos como pudo y se encaminó a la puerta.
—Chau, bonita. – la saludó.
Ella sonrió brevemente y también lo saludó.
—Chau. – lo llamó. —Pedro. – se dio vuelta para mirarla. —Esta noche necesito que vengas a casa.
El asintió sin poder ocultar su felicidad. Eso significaba pasar más tiempo con ella. No había nada que quisiera más.
Fue caminando a su escritorio con una sonrisa grabada, que no se le borraría en todo el día.
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