martes, 21 de abril de 2015

CAPITULO 21







Abrió los ojos algo sobresaltada por la cantidad de luz que entraba por la ventana. Miró el reloj. Mierda. Se había quedado dormida. Las diez de la mañana.


Nunca había dormido hasta tan tarde, y durante tantas horas.


Se movió apenas y lo miró. Estaba dormido tranquilamente con la boca apenas abierta y suspirando. Sus pestañas pobladas y oscuras hacían sombra sobre sus pómulos. No pudo evitarlo y estiró la mano para tocarlo.


Su piel era suave y clara. Se imaginó que en ese momento toda su parte trasera estaría al rojo vivo y sonrió. Le iba a doler un poco ahora cuando se despertara. Siempre sucedía al día siguiente.


Tenía una boca tan perfecta, que casi le resultaba imposible no besar. Los besos nunca habían sido un componente especial en sus relaciones. Solo un condimento más del sexo. Pero con Pedro, era distinto.


Era como si nunca la hubieran besado de esa manera. 


Como si fuera la primera vez. La primera vez en todo.


Frunció el ceño. Estar sintiendo esas cosas a su edad y no a los dieciséis, le parecía ridículo. De repente no pudo evitar imaginarse como hubiera sido si se hubieran conocido en esa época. Si hubieran salido en una cita, tal vez a algún baile de la escuela. O al cine, o a besarse en alguna plaza.


Un estremecimiento agradable, parecido a una cosquilla, la recorriópor todo el cuerpo.


¿Qué le pasaba?


Un minuto después, interrumpiendo sus pensamientos, él se movió y abrió de a poco sus ojos.


No pudo seguir pensando en nada más.


Esos ojos hermosos color celeste que en contraste con sus sábanas blancas e iluminados por el sol de la mañana la dejaban con la boca seca.


Era guapísimo.


Le sonrió y ella sin poder evitarlo, se sonrojó. Tal vez por lo que había estado pensando hasta hacía unos minutos, se sintió como una adolescente.


Le devolvió la sonrisa de manera tímida.


—Buen día. – le dijo él con voz ronca enviando olas de calor a toda su piel.


—Buen día. – la besó como si nada. —Es tarde.


Confundido, se rascó la cabeza peinándose y se estiró para buscar el celular y mirar la hora. Abrió los ojos de manera exagerada y ella no pudo más que reírse.


—Perdón. – le dijo apenas mirándola. —Ya me cambio y me voy.


Ella sintió una inexplicable angustia. No quería que se fuera.


—No te estoy echando. – se encogió de hombros. —Si no tenés que ir a ningún lado ahora, podemos desayunar.


La miró dedicándole una de sus mejores y más letales sonrisas.


—¿En serio? – ella lo miró curiosa y él se explicó. —Es que no sé como… hablar ahora con vos. O sea, ya no estamos jugando. ¿O si?


Ella se rió.


—No estamos jugando ahora. – le acarició la cabeza acomodándole los cabellos que tenía parados por la almohada. —Cuando no estemos jugando, somos Paula y Pedro, y me podés tratar como más te guste.


Pareció conformarse con la respuesta porque se movió sujetándola por el rostro y la besó con delicadeza en los labios.


Sin darse cuenta lo había abrazado por el cuello atrayéndolo para besarlo mejor, y él, gruñó por lo bajo ubicándose sobre ella cubriéndole todo el cuerpo con el suyo.


Estaban tapados hasta la espalda, y sin verlo, podía sentir cada cosa que le hacía. Le acariciaba los pechos y las piernas suave pero firmemente.


Era maravilloso despertarse así. Suspiró haciendo la cabeza hacia atrás, permitiéndole besar su cuello.


Le daba ansiedad saber que no estaban jugando, y que por lo tanto, todas sus reglas y normas no contaban. Tampoco era ella la que estaba al mando. Los dos estaban respondiendo por su cuenta, y estaban haciendo lo que sentían.


Notó que buscaba en la mesa de noche un preservativo. 


Tenía ahí su billetera y su celular, porque su ropa estaría desparramada en la entrada, seguramente.


Lo miró por un instante y le habló.


—Anoche no nos cuidamos. – apretó los labios. —Yo tomo la pastilla, pero tendríamos que hablar de otras cosas. No se puede repetir.


El asintió y mientras se colocaba la protección, le contestó.


—Si, estuvo mal. Pero me moría de ganas. – ella se mordió el labio.


Le había pasado lo mismo, y ahora estaba en la misma situación.


—¿Y ahora tenés ganas? – le preguntó moviéndose sugerentemente debajo de él.


El la miró con una sonrisa pícara entornando los ojos.


—Con vos, siempre tengo ganas. – la besó otra vez primero
dulcemente, y después con mas decisión. Casi con desesperación. Se separó apenas de su boca y la miró con los ojos bien abiertos. —¿Vos? – por la expresión de su rostro se dio cuenta de que se lo estaba preguntando de verdad. Y mientras esperaba una respuesta, la miraba de manera intensa.


—Me pasa lo mismo. – le contestó y la volvió a besar, no sin antes sonreírle.


Fue haciéndose lugar, abriéndole las piernas y acomodándose mientras le repartía besos en el cuello, la cara y la boca.


Moviendo las caderas, lo encontró, y despacio, con mucho cuidado se fue hundiendo en ella.


Esta vez sin prisas. Sin reglas.


Mirándose a los ojos, como nunca antes había hecho. Se perdía en su mirada celeste, y todo lo demás parecía desaparecer.


Le tomó las manos y empezó a seguir un ritmo que la volvía loca.


Alternando movimientos rápidos y potentes, y frenando de golpe para otros más lentos, casi imperceptibles. Le cedió el control, porque ya no podía pensar. Enredó los dedos en su pelo y lo besó ahogando sus gemidos.


No tenía experiencia. Solo con Pedro podía jugar y a la vez, mantener una relación totalmente vainilla. Y en ambos casos que su cuerpo vibrara como si fuera la primera vez.


Gritó. Estaba cerca.


La besaba con tanta pasión que se le ponía la piel de gallina. 


Había aumentado la velocidad, pegándose a ella con movimientos ondulantes.


Respiraba entrecortado y tenía todo el rostro tenso. El también estaba cerca.


No les costó dejarse ir al mismo tiempo. En sus miradas habían encontrado todo lo que necesitaban para sincronizarse y liberarse. La besó mordiéndole los labios mientras su cuerpo latía junto al de ella y pegó la frente a la suya.


Respiró de su aliento mientras se calmaba, y se inundó de él. Cerró los ojos, dejándose abrazar. Dejándose mimar.


Pedro… – había dicho con la voz y la respiración alterada.


—Acá estoy, bonita. – contestó él, hundiendo la cara en su pelo y besándola.


Ella se sujetó más fuerte, mientras el nudo que se estaba formando en su garganta se oprimía y aumentaba esa sensación de angustia que no sabía explicar. No tenía idea por qué se sentía así.






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