lunes, 20 de abril de 2015

CAPITULO 18





Era demasiada charla. No parecía asustado, solo ansioso.


Seguramente estaba excitado. Pero no había temor. Estaba seguro de lo que quería hacer, y por lo específico que había sido, podía apostar que había estado investigando en internet. Se alegraba.


Se había ahorrado muchas explicaciones.


Sin decir nada más se levantó y fue a buscar la comida. 


Había cocinado unas pechugas con salsa de espárragos con papas al horno. La sirvió y se sentó junto a él.


El dudó antes de empezar a comer.


—¿No tendría que estar sacándome la ropa y arrodillándome?


Ella rió.


—Por mí, no te frenes. – lo alentó con la mano. —Pero como es la primera vez, y quiero que te sientas cómodo conmigo, podemos ir despacio.


El asintió y suspiró.


De fondo sonaba The Killers, otra de sus bandas favoritas. Unas canciones conocidas, lo suficientemente alegres como para que pensaran en otras cosas mientras entraban en confianza.


—¿Tuviste alguna entrevista de trabajo? – le preguntó.


—Si. De hecho, una muy buena. – sonrió. —Espero que me llamen de nuevo. Tengo que ir otra vez esta semana.


Ella asintió y le siguió preguntándole. Estaba de verdad interesada.


Quería saber que cosas le gustaban, qué esperaba, qué quería ser en un futuro. Lo encontraba tan interesante, y sus respuestas eran tan inteligentes, que podía pasarse horas charlando con él.


—¿Y por qué no te dedicas a la fotografía si tanto te gusta? – quiso saber.


—Por lo mismo que no me dedico a la pintura. Amo esas
actividades, pero además de contar una historia, me emociona que tenga un fin más tangible. La popularidad, el lugar que ocupa en la gente. – jugaba con su copa distraídamente. —Me gusta estar creando constantemente.
Siempre tengo ideas, y con las fotos y las pinturas sentía que tocaban un techo, y yo quería ir más allá. Ir un paso más.


Asintió mirándolo, entendiendo lo que sentía.


Ya más suelto, y algo más relajado, comenzó a contarle de su infancia y sus primeros años de juventud en la casa de su familia. Era un hijo único, de una pareja que había más de cuarenta años que estaba casada. Había nacido y se había criado en el mismo barrio, y por lo poco que le contó, dedujo que venía de una familia con un buen pasar. Había asistido a una universidad privada, además de estudiar varios idiomas en academias prestigiosas, y el semestre en Europa en donde se había perfeccionado en artes.


Además de eso, era un apasionado de la literatura. Si pensaba que nunca conocería a alguien que leyera como ella, se equivocaba. Tenían gustos parecidos.


Por lo que le decía, se lo imaginó un chico relajado, con un
increíble talento y ganas de experimentar cosas nuevas. Que era exactamente lo que estaba haciendo ahora en su casa.


Pero había muchas contradicciones.


Todavía no lograba ver su lado despreocupado y tranquilo que decía tener. Alrededor de ella, se comportaba siempre tan nervioso.


Eso era ideal para lo que tenía en mente, pero al mismo tiempo, y sin saber por qué, no le agradaba. Quería que se sintiera a gusto.



****


Lo miraba tan interesada, que casi podía jurar que estaba en una cita común y corriente con una chica común y corriente. 


Era tan fácil olvidarse donde y con quien estaba.


Después de todo ella ahora era su ama. Su instructora, su maestra, o…señora. Ya no sabía como decirle. En internet había miles de formas de llamarlos. Lo único que sabía es que tenía los ojos verdes más bonitos que había visto en su vida. Y cada vez que lo miraba, su corazón se agitaba.


Apuró el último trago de vino y la miró a la espera de que le dijera que hacer.


Habían terminado de comer hacía un rato, y la charla se había puesto tan interesante que se había hecho tardísimo.


Ella sonrió y llevó los platos a la cocina. Podría haberla ayudado, pero de repente estaba tan nervioso, que no hubiera podido pararse y no estrellar toda la vajilla contra el piso.


Apareció y tomándolo de la mano, se lo llevó a la habitación.


—Ahora vamos a jugar, Pedro. – lo repasó con la mirada. —Ya sabes lo que tenés que hacer.


El asintió y se comenzó a desvestirse.


La música de la sala se escuchaba apenas, y había cambiado. Ahora sonaba Sia. Una melodía lenta, aunque con un poco de ritmo. Era sensual.


Aprovechando que la miraba, se desprendió el vestido y lo dejó caer al piso.


Tenía un corsé negro ajustado de encaje y cuero, con ropa interior ínfima del mismo color y medias hasta los muslos. Y en los pies, sus infaltables stilettos negros taco aguja.


Ya no escuchaba la música. Solo estaba su corazón desbocado y su respiración.


Sus dedos picaban por tocarla, pero sabía que no debía. Ella no se lo había pedido. Era desconcertante.


Nunca había visto algo más hermoso.


Sus pechos se levantaban sobre el corsé apretados, preciosos. El cabello le caía hasta los hombros, y sus ojos se habían puesto oscuros.


Como si fueran dos brazas quemándose. Lo quemaban a él. 


No lo soportaba.


Ahora desnudo, se hacía perfectamente evidente que lo había afectado. Estaba expuesto, y listo para todo.


Era excitante, y si se ponía a pensarlo algo humillante.


Cuando la vio sonreír, sintió una descarga directa a la entrepierna.


Mmm…si. Quería complacerla.


Se agachó de a poco hasta quedar de rodillas, y muy de a poco se sentó sobre sus talones mirándose las manos. No sabía que iba a hacer. Ya no podía verle la cara, solo sus larguísimas piernas y sus pies.


Oh por Dios, esos pies. Sentía la urgencia de besarlos, aun con los zapatos puestos. Notó que su erección crecía aun más.


—Hermoso. – dijo acariciándole la cabeza. —Me encanta.


La escuchó caminar por la habitación, y tras buscar algo volvió a acercarse.


Le tendió una copa, pero cuando estaba por agarrarla con su mano, la alejó y le jaló el cabello.


—Las manos atrás,Pedro.


Sujetó sus manos en su espalda y miró nuevamente el suelo.


—¿Cómo se dice? – lo jaló con más fuerza mientras hablaba con los dientes algo apretados.


—Si, señora. – dijo rápido.


—Perfecto. – lo soltó y luego le dio unas palmadas como a un cachorro.


Volvió a acercar la copa a su boca y él, sin poder usar sus manos, se estiró para tomar lo que le ofrecía.


Lo dejó apenas dar un trago y luego tomó ella.


Volvió a situarse frente a él de pie, y le apoyó uno de sus tacones en el pecho.


—¿Te gustan mis zapatos, Pedro? – dijo con un tono frío.


—Si, señora. – no dudó en contestar.


—¿Te gustaría besarlos? – acercó el pie a su rostro y antes de lanzarse, contestó.


—Si, señora. – ella rio apenas, y esperó a que él le comenzara a besar el largo de la pierna hasta llegar a su empeine y luego los preciosos zapatos. La sujetaba firmemente con las manos para poder hacer mejor su tarea.


El sabor del cuero, mezclado con el perfume que desprendía la piel de Paula, era tan estimulante que agitado, sentía como todo su cuerpo ardía.


Ella lo dejaba, gimiendo cada tanto, como si pudiera de alguna manera sentir los besos a través del calzado.


Era algo bajo, humillante, degradante, y terriblemente caliente.


Cada uno de sus sentidos invadidos por los estímulos que tenía enfrente.


Ni en una película porno se hubiera imaginado una escena tan erótica.


De golpe, sacó su pie y le ordenó.


—De pie, Pedro. Acostate en la cama boca arriba y esperame ahí con los brazos y piernas abiertas. – salió del cuarto en busca de algo más.


Se acostó como le había dicho y mirando el techo, sintió que su cuerpo empezaba a acelerarse. Iba a ser todo un desafío no venirse ante el más mínimo roce de su piel.


Paula volvió sujetando unas correas de cuero unidas por cadenas.


—Esto va a doler un poquito comparado con el pañuelo del otro día – sonrió de manera perversa. —Pero solamente te va a doler si te moves. Y no quiero que te muevas. ¿Te vas a mover? – lo desafió.


—No, señora. – contestó convencido. Quería hacer bien el trabajo.


No quería decepcionarla.






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