lunes, 20 de abril de 2015

CAPITULO 17





Llegó a la casa de Paula casi en piloto automático. Se había
obligado a no darle vueltas al asunto, o cuando la viera le entraría un ataque de pánico. Siempre que empezaba a pensar en ella, no podía parar.


Tocó el timbre, y esperó a escuchar el portón abrirse.


En el ascensor, se acomodó la ropa y el pelo. Ahora la vería.


Apenas tocara a su puerta ella saldría y la vería. Habían pasado dos días, pero parecían dos años. Estaba nervioso como un crío.


Tomó aire y salió.


Ella abrió cuatro segundos después de que sonara el timbre. 


Los había contado.


Tenía un vestido azul cruzado que le llegaba arriba de las rodillas, con un escote pronunciado y se ajustaba a su cuerpo como un guante. El cabello suelto, ondulado y natural y la boca pintada de rojo. Le sonrió y a él se le secó la boca.


¿Por qué era tan linda?


Le devolvió la sonrisa, todavía alterado y esperó a que lo hiciera pasar.


—Hola Pedro. – le dio un rápido beso en la boca que fue como una corriente eléctrica inesperada. Se había olvidado de parpadear.


—Hola. – contestó y pasó detrás de ella. —¿Cómo te fue en
Mendoza?


Ella sonrió un poco más, cosa que a él le sentó como una patada.


¿Qué era esa sonrisa? ¿Tan bien la había pasado? ¿Qué había hecho? No vayas ahí, Pedro. Se dijo.



****


¿Cómo la había pasado? Terrible. Cada segundo se la había pasado pensando en él, en que quería verlo, quería tenerlo con ella. Se le había hecho eterno. ¿Cómo le diría algo así sin asustarlo? Estaba empezando a volverse una obsesión.


—Bien, gracias. – le alcanzó una copa de vino que acababa de servir. —¿Estuviste pensando en lo que te hablé la última vez? – quiso saber.


El asintió, tímido y a ella se le calentó hasta el alma.


—Bien. – asintió conforme. —Quiero que hablemos de límites, que lleguemos a un acuerdo. Quiero saber que te gusta y que no.


Vio que tomaba de su copa un trago largo y suspiraba. 


Estaba nervioso, y se veía adorable.



****


El momento que había estado temiendo había llegado. Iban a hablar con todas las letras de lo que les gustaba, y se sentía tan incómodo que empezaba a sudar.


Al final, había terminado buscando en Google y Wikipedia
montones de información sobre el tema. Y solo había servido para ponerle los nervios de punta. Mierda.


Se aclaró la garganta y dijo.


—No quiero que me asfixies, ni que uses corriente eléctrica, ni me pongas un collar para salir a la calle. – soltó apresuradamente sin hacer pausas para respirar.


Ella lo miró con las cejas levantadas algo divertida y se pasó la lengua por los dientes sonriente.


—Es verdad, eso es horrible. – se calló para que él siguiera
hablando.


—No quiero que participe más gente.


Ella negó.


—Solamente nosotros dos. – dijo dejándolo más tranquilo.


Se puso colorado como sus labios y apenas mirándola continuó.


—No me gustaría que… – no sabía ni como decirlo. —Uses… consoladores ni nada para…


—Sin penetración anal. – aclaró ella sin que se le moviera ni un pelo. El asintió. —Por lo menos no para vos. – le sonrió.


—Nada con fuego. – ella volvió a asentir mirándolo tranquila,
como si estuviera evaluándolo. —No sé, seguramente haya muchas cosas más que no me gusten. Y algunas que si.


—Estoy de acuerdo. – se acomodó en la silla. —Vamos a empezar por lo básico. Cuando estemos jugando, me vas a decir “señora” y si yo no te lo pido, no me vas a mirar a los ojos. Nunca. – su mirada era helada. — Apenas cruces por esa puerta, vas a estar desnudo, y arrodillado a menos que te pida lo contrario.


El asintió todavía sin poder creérselo.


—Vas a hacer lo que yo quiera, y vas a querer complacerme
siempre. – acarició su cuello delicadamente. —O te voy a castigar.


El volvió a asentir dócilmente y notó como ella se sonrojaba y sus labios se entreabrían en busca de aliento. Le estaba gustando la situación tanto como a él.


—A veces el juego se puede poner intenso, y siempre vas a poder frenarlo con una palabra. Tu palabra clave. Va a funcionar para ambos. – tomó de su vino. —La palabra es “Stop”. Y es la única que va a servir. Si decís no, o basta, el juego va a seguir.


—Ok, Stop. – asintió probando como decirla. —Entiendo.


—Eso es mucho por ahora. – se sentó hacia delante acercándose a él. —Quiero saber que sentís.


El sin saber por qué, abrió su boca y fue totalmente sincero. 


Tal vez fuera el vino, pensó.


—Siento que tengo muchas ganas de empezar a jugar con vos. – lo miraba fijamente. —Me da curiosidad, me dan ganas, estoy… que exploto. Y a la vez, estoy un poco asustado.


—¿Te doy miedo, Pedro? – preguntó en voz seductora.


—No. – dudó. —No creo.


Ella sonrió.





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