Llegó a la casa de Paula casi en piloto automático. Se había
obligado a no darle vueltas al asunto, o cuando la viera le entraría un ataque de pánico. Siempre que empezaba a pensar en ella, no podía parar.
Tocó el timbre, y esperó a escuchar el portón abrirse.
En el ascensor, se acomodó la ropa y el pelo. Ahora la vería.
Apenas tocara a su puerta ella saldría y la vería. Habían pasado dos días, pero parecían dos años. Estaba nervioso como un crío.
Tomó aire y salió.
Ella abrió cuatro segundos después de que sonara el timbre.
Los había contado.
Tenía un vestido azul cruzado que le llegaba arriba de las rodillas, con un escote pronunciado y se ajustaba a su cuerpo como un guante. El cabello suelto, ondulado y natural y la boca pintada de rojo. Le sonrió y a él se le secó la boca.
¿Por qué era tan linda?
Le devolvió la sonrisa, todavía alterado y esperó a que lo hiciera pasar.
—Hola Pedro. – le dio un rápido beso en la boca que fue como una corriente eléctrica inesperada. Se había olvidado de parpadear.
—Hola. – contestó y pasó detrás de ella. —¿Cómo te fue en
Mendoza?
Ella sonrió un poco más, cosa que a él le sentó como una patada.
¿Qué era esa sonrisa? ¿Tan bien la había pasado? ¿Qué había hecho? No vayas ahí, Pedro. Se dijo.
****
—Bien, gracias. – le alcanzó una copa de vino que acababa de servir. —¿Estuviste pensando en lo que te hablé la última vez? – quiso saber.
El asintió, tímido y a ella se le calentó hasta el alma.
—Bien. – asintió conforme. —Quiero que hablemos de límites, que lleguemos a un acuerdo. Quiero saber que te gusta y que no.
Vio que tomaba de su copa un trago largo y suspiraba.
Estaba nervioso, y se veía adorable.
****
Al final, había terminado buscando en Google y Wikipedia
montones de información sobre el tema. Y solo había servido para ponerle los nervios de punta. Mierda.
Se aclaró la garganta y dijo.
—No quiero que me asfixies, ni que uses corriente eléctrica, ni me pongas un collar para salir a la calle. – soltó apresuradamente sin hacer pausas para respirar.
Ella lo miró con las cejas levantadas algo divertida y se pasó la lengua por los dientes sonriente.
—Es verdad, eso es horrible. – se calló para que él siguiera
hablando.
—No quiero que participe más gente.
Ella negó.
—Solamente nosotros dos. – dijo dejándolo más tranquilo.
Se puso colorado como sus labios y apenas mirándola continuó.
—No me gustaría que… – no sabía ni como decirlo. —Uses… consoladores ni nada para…
—Sin penetración anal. – aclaró ella sin que se le moviera ni un pelo. El asintió. —Por lo menos no para vos. – le sonrió.
—Nada con fuego. – ella volvió a asentir mirándolo tranquila,
como si estuviera evaluándolo. —No sé, seguramente haya muchas cosas más que no me gusten. Y algunas que si.
—Estoy de acuerdo. – se acomodó en la silla. —Vamos a empezar por lo básico. Cuando estemos jugando, me vas a decir “señora” y si yo no te lo pido, no me vas a mirar a los ojos. Nunca. – su mirada era helada. — Apenas cruces por esa puerta, vas a estar desnudo, y arrodillado a menos que te pida lo contrario.
El asintió todavía sin poder creérselo.
—Vas a hacer lo que yo quiera, y vas a querer complacerme
siempre. – acarició su cuello delicadamente. —O te voy a castigar.
El volvió a asentir dócilmente y notó como ella se sonrojaba y sus labios se entreabrían en busca de aliento. Le estaba gustando la situación tanto como a él.
—A veces el juego se puede poner intenso, y siempre vas a poder frenarlo con una palabra. Tu palabra clave. Va a funcionar para ambos. – tomó de su vino. —La palabra es “Stop”. Y es la única que va a servir. Si decís no, o basta, el juego va a seguir.
—Ok, Stop. – asintió probando como decirla. —Entiendo.
—Eso es mucho por ahora. – se sentó hacia delante acercándose a él. —Quiero saber que sentís.
El sin saber por qué, abrió su boca y fue totalmente sincero.
Tal vez fuera el vino, pensó.
—Siento que tengo muchas ganas de empezar a jugar con vos. – lo miraba fijamente. —Me da curiosidad, me dan ganas, estoy… que exploto. Y a la vez, estoy un poco asustado.
—¿Te doy miedo, Pedro? – preguntó en voz seductora.
—No. – dudó. —No creo.
Ella sonrió.
No hay comentarios:
Publicar un comentario