domingo, 19 de abril de 2015

CAPITULO 15





El viaje se le había hecho eterno. Se suponía que no tendría tiempo ni para aburrirse de tantas reuniones y convenciones a las que tenía que asistir. Pero aún así se sentía miserable.


Había tenido que soportar a su asistente pegado como una mosca desde que habían llegado y ya no podía ni verlo. 


Trabajaba con ella desde hacía dos años, pero una cosa era tenerlo en la oficina ocho horas, y otra muy distinta tenerlo las veinticuatro soldado a su cuerpo sin dejarla respirar.


Ella sabía que el chico tenía un enamoramiento, porque él no hacía nada para disimularlo. Y maldecía porque llegaría el día que tendría que ponerle un freno y sería incómodo.


Marcos la miraba como si fuera una diosa.


Seguía todos sus pasos, hacía lo que ella hacía, comía lo que ella comía y cada cinco minutos le preguntaba si estaba bien o necesitaba algo porque la había notado rara. Era eficiente en su trabajo, no podía quejarse, pero se pasaba.


Y claro que estaba rara.


Estaba harta. Quería irse a casa.


Quería que fuera miércoles, quería volver a ver a Pedro

Quería volver a tenerlo en su casa.


Quería hacer todas las cosas que en ese momento se le ocurrían.


Quería ponerlo a prueba.


—¿Te parece que nos quedemos una noche más para a la mañana terminar de recorrer las sucursales? – le preguntó Marcos sacándola de sus fantasías.


—¿Otra noche más? – ni en pedo. —No va a poder ser. Tengo un compromiso el miércoles.


Su asistente parecía decepcionado. Asintió y le preguntó.


—¿Volvió Juan? – sabía que odiaba a Juany con todas sus
fuerzas. Pero eso no le daba derecho a hacer esas preguntas. Ella era su jefa.


Lo asesinó con la mirada más fría del mundo mientras le respondía secamente.


—No. – levantó una ceja y vio que el chico se sonrojaba. —
¿Seguimos trabajando por favor?


Asintió avergonzado y no volvió a sacar el tema.


En otras circunstancias le habría gustado esa reacción. 


Mucho más que gustarle… la hubiera vuelto loca. Pero ahora no podía ni fijarse.


Seguramente su asistente sería un buen candidato para sus juegos, pero no estaba interesada. No es que no fuera atractivo. Era morocho, tenía unos preciosos ojos grises y era simpático. Tenía que admitir que era lindo. Pero nunca sucedería.


No mezclaba el trabajo con el placer.



****


Esa mañana se levantó temprano. No podía explicar la ansiedad que sentía. Todavía faltaba un día para que Paula volviera, y no podía dejar de pensar en ella.


Las horas se le hacían eternas.


Varias veces al día se encontrara en el lugar que se encontrara, su mente volaba a la última vez que había estado juntos. La charla que habían tenido. ¿En qué se estaba metiendo? Se contuvo de buscar en Google las implicancias de lo que había aceptado. Quería entenderlo, quería enterarse, pero a la vez quería que ella se lo enseñara. Que ella se lo explicara. De solo imaginársela hablando de esos temas lo ponían a mil.


También podría habérselo contado a sus amigos, pero se dijo que no era una buena idea. Ellos conocían a sus amigas, y no sabía si podía hablar de esos temas si quiera. 


No quería causarle problemas, por si acaso.


¿Ellas sabrían algo de todo eso?


Seguro algo podían imaginarse si conocían al chico con el que Paula salía. Frunció el ceño. No quería pensar en él.


Ese día tenía una entrevista en una empresa importante de telefonía.


Había llegado a ella por recomendación de uno de sus profesores, y aparentemente tenía todo lo que estaba buscando. Era toda una oportunidad, y aunque trataba de no hacerse ilusiones, porque no tenía ninguna experiencia laboral, algo le decía que iba a tener suerte.


Lo atendió una chica pelirroja de Recursos Humanos, que le hizo una entrevista formal como cualquier otra. Le sonreía cada tanto, y él lo tomó como una buena señal. Le había caído bien. Su nombre era Silvina.


—Bueno Pedro, me gustaría que tengas una pequeña charla con el jefe de departamento de publicidad, si te es posible. El va a querer ver tu portfolio. – cerró su carta de presentación y se la alcanzó. —Final del pasillo. Yo ahora lo llamo para decirle que vas.


Le sonrió abiertamente. Tenía una preciosa sonrisa blanca, casi infantil. Se la devolvió mientras se levantaba de la silla.


—Claro. Fue un gusto, Silvina. – le apretó la mano.


—Igualmente. – tenía las manos frías, pero su apretón era firme. Le pareció ver que se sonrojaba.


Tras una breve y profesional despedida, se fue a buscar la oficina que le había indicado.


Si, había empezado con el pie derecho. Le había gustado un poco la entrevistadora, y sintió que había sido mutuo. Siempre se llevaba bien con las mujeres en general. Sabía como tratarlas. Y ellas se sentían cómodas con él. Solo podía rogar que su jefe también fuera una mujer.


Pero no.


En la oficina lo esperaba un hombre de aproximadamente cuarenta años, alto, morocho, con el pelo lacio peinado prolijamente y unos penetrantes ojos azules. Tenía una sombra de barba, que le daba un aspecto juvenil y despreocupado.


Y aunque estaba vestido en un traje azul de diseñador, parecía casual y relajado.


Se saludaron y presentaron rápidamente, tomando asiento. Se llamaba Gabriel y era una persona simpática y agradable. En seguida notó que llevaba años trabajando en su puesto. Le había contado en que consistía el trabajo, y que es lo que se esperaba de él. Charlaron de publicidad e intercambiaron opiniones sobre campañas que ambos conocían.


Había quedado impresionado con su material, de manera impulsiva le sonrió aplaudiendo una vez.


—Si es por mí, empezas mañana. – dijo entusiasmado.


Pedro se había sobresaltado un poco, y había quedado con la boca abierta sin saber que decir.


—Si te interesa, claro. – dijo Gabriel.


—S-si. Claro que me interesa. – dijo sonriendo de a poco. —
Significaría muchísimo para mí…además…siempre soñé con…


Lo interrumpió levantando una mano.


—Me estoy adelantando. – cerró la boca en una línea apretada. No podía ser tan fácil. —Tenés que hablar con la jefa antes.


—Por supuesto. – estuvo de acuerdo. “Jefa”, pensó. Bueno, tendría que hacer uso de todo el encanto que sabía que tenía. Cada segundo que pasaba en ese lugar, más fuertemente quería que lo tomaran.


—Voy a organizar una reunión para el jueves a la tarde. – lo miró por un momento. —¿Podrás?


—A la hora que me digan, acá estoy.


Gabriel se rió y asintió.


—A las tres de la tarde. – contestó mientras miraba la agenda de su celular. —Seguro que te contratan. Voy a hacer lo posible.


—Muchas gracias. – dijo sinceramente.


Se despidieron sonrientes, y él partió a su casa con tanta emoción que no entraba en su cuerpo.


Sintió la necesidad de hablar con alguien para contarle.


Por un momento se imaginó contándole a Paula, mientras ella le sonreía y lo besaba de esa manera suave pero intensa que tanto le gustaba.


Disgustado, recordó que aun faltaba un día para verla, y se fue al gimnasio, donde por lo menos sus amigos lo escucharían.


Además no podía olvidarse de lo particular de su relación. 


¿Podían hablar de esas cosas? ¿A ella le interesaría si quiera?








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