Se despertó temprano, aunque ese día no tenía que ir a la empresa a la mañana. Era una costumbre y no podía evitarlo. Miró su reloj. Las siete.
Se dio vuelta y Pedro dormía abrazado a su cuerpo tan tranquilamente que no pensaba despertarlo. Como había hecho la primera vez, se fue separando de él con sigilo hasta que pudo salir de la cama.
Caminó en puntas de pie y se metió a la ducha.
Su cabeza daba vueltas todavía con los acontecimientos del día anterior. No podía dejar de pensar en lo bien que la había pasado.
Nunca había hecho algo así. Las relaciones que había mantenido hasta el momento, eran tan distintas. Por lo general primero salía por meses. Meses enteros con sus candidatos. Y ellos siempre habían sido como ella.
Interesados en lo mismo. Se llegaba a un nivel óptimo de
confianza y se establecían los límites. Solo una vez había procedido distinto, y había sido terrible.
Llevaba una semana viéndose con un compañero de la universidad, y una noche estando borrachos se habían ido a la cama. No se acordaba los detalles. Tal vez los había reprimido a propósito. No estaba segura. Pero no había podido seguir viéndolo.
Habían cortado todo tipo de relación.
Sus gustos eran especiales, y no eran bien aceptados por todos.
Requería de confianza. Mucha.
Y aquí estaba, otra vez.
En la misma situación.
No podía juzgar aun como había salido con apenas una noche. Cerró los ojos haciendo la cabeza para atrás mientras se detenía a recordar sus besos, sus ojos, su manera de moverse, su perfume…
Sonriendo se secó y salió para poder cambiarse.
Se sorprendió al no verlo en la cama, pero de todas formas, siguió en lo suyo.
Acababa de decirle como eran las reglas del juego. No eran una relación, y si él quería irse sin darle explicaciones al otro día, estaba en toda libertad de hacerlo.
Aun así le extrañó.
Buscó ropa interior y se puso una bata de seda corta que usaba para estar en casa por encima sin secarse el pelo.
Lo tenía largo hasta los hombros, y como era bastante finito, se secaría en pocos minutos.
Tenía una rutina estricta de ejercicio, pero se dijo que por ese día, podía salteársela. Después de todo a la noche habría quemado bastantes calorías. Todavía le dolían los músculos.
Estiró los brazos mientras caminaba en dirección a la cocina.
Le encantaba esa sensación. Era siempre indició de que la noche anterior había sido excelente.
Cuando entró a su cocina se quedó congelada.
Leo Pedroestaba parado descalzo, preparando café en su cafetera, y haciendo tostadas en su tostadora. Y por si fuera poco, estaba vestido solo con sus jeans oscuros.
Su cabello se despeinaba rebelde y lo hacía lucir tan sexy que se le secó la boca.
Se había quedado quieta ante semejante invasión. No solía dejar que nadie tocara su cocina sin su permiso. Pensó en lo atrevida de su actitud, en una casa ajena. Es decir apenas la conocía y se sentía tan cómodo…
No sabía si le chocaba, si la enojaba, o si la atraía como pocas cosas lo habían hecho.
Sus músculos se marcaban y flexionaban de manera sugestiva y a ella le daban ganas de morderlo.
Suspiró y él al sentirla cerca la miró sonriendo como si nada.
—Vos me hiciste de comer anoche, te iba a llevar el desayuno a la cama. – así de simple. Para él era tan natural como respirar.
—No llevo comida al cuarto. – dijo más seria de lo que había
querido sonar.
El la miró esperando que fuera un chiste, pero no lo era, así que asintió y se disculpó.
—Perdón, no sabía. – dejó el café listo en la mesada, y las tostadas en un platito y la volvió a mirar. —Me voy a cambiar.
Ella asintió.
Maldijo.
No podía ser tan mala.
Se asomó al cuarto, y él se estaba atando los cordones de los zapatos.
—¿Te gusta el jugo de naranja en el desayuno? – le sonrió tratando de compensar lo bruja que había sido antes.
El le respondió la sonrisa con una radiante que le hizo latir todo el cuerpo.
—Si, me gusta.
Asintiendo, se dio la vuelta para servirle el jugo y esperarlo en la mesa para comer con él.
****
Estaba en su casa después de todo. ¿Desde cuando era tan confianzudo? Y más con Paula, que le había dejado perfectamente claro lo que quería, y lo que no quería. Se dio cachetazos mentalmente mientras se cambiaba. ¿Qué lo
había llevado a hacer eso?
Cuando estuvo listo, se fue a sentar con ella para desayunar, pero la verdad solo tenía ganas de irse a su casa.
Desayunaban en silencio. Sentía que tenía que decir algo, hablar de algo, pero no sabía qué. Estaba incómodo.
En cambio a ella se la veía tranquila. Levantaba la taza del café despacio con sus manos blancas y delicadas. Se notaba que era una chica educada, y sofisticada. Pero no eran solamente sus modos, había algo más.
Le resultaba difícil dejar de mirarla.
Su labio inferior era apenas más relleno que el superior y su nariz fina y algo respingada. Todas las líneas de su rostro eran igual de deliciosas.
Parecía muchísimo más joven que la edad que tenía realmente.
Tenía una piel increíble. Blanca y ahora que acababa de salir de la ducha, algo ruborizada. Le robaba el aliento. Era preciosa.
—¿Te gustaría que nos veamos de nuevo este miércoles? –
preguntó mirándolo fijo.
—Ehm, si. Claro. – sonrío. —Tendría que haber sonado un poquito menos desesperado o haberlo pensado por lo menos.
Ella se rió.
—Prefiero así. – hizo una pausa. —Esta noche no puedo, porque hoy a la tarde me voy a Mendoza y vuelvo en dos días. El miércoles.
El asintió. Se imaginó al instante que se iba a ver al chico que había viajado para verla, y no le gustó. No le iba a hacer ningún comentario.
Nunca se los había hecho a Sole después de un año de estar juntos,… ¿Por qué se los iba a hacer a ella?
Para pensar en otra cosa, le cambió de tema.
—¿Te puedo hacer una pregunta? – dijo curioso.
—Obvio. – dejó el café en la mesa y le prestó atención.
—¿Hace mucho que haces…bueno, esto? – ella levantó una ceja y se apuró a decir. —No me tenes que contestar si no querés.
Sonrió apenas.
—Si te referís a jugar, si. – pensó. —Creo que desde siempre, pero no de la misma manera. – hizo otra pausa. —Y si te referís a conocer a alguien y hacer todo esto, no. Es nuevo para mí. Solamente una vez,… – no quería contarle. —Pero no cuenta.
El sonrió conforme. Ahora estaba un poco más tranquilo. Pero todavía quería saber más.
—¿Y qué es “esto” exactamente? – aclaró. —Me puedo hacer una idea, pero me gustaría que me expliques mejor.
—Esto… – levantó una ceja. —…es que hagas lo que yo te digo cuando jugamos y la vamos a pasar bien porque a los dos nos gusta.
—¿Cómo un amo y sumisa, al revés?
Ella se rió.
—Si. Exactamente eso.
Levantó las cejas sorprendido. La idea le parecía atractiva.
Es decir, ella era hermosa, y una amante increíble. La iba a pasar bien si o si. Si algo no le resultaba cómodo, se lo diría y ya.
Volvió a mirarla a los ojos y todo le cerró.
¿Cómo no se había dado cuenta antes? Era clarísimo.
Hasta la forma en que estaba sentada, era la de una mujer
dominante. Y le gustaba. Se sentía como si pudiera entregarse a ella y sabría exactamente que hacer.
La idea lo llenaba de fantasías.
Antes de ir a verla se cuestionaba por qué no había estado con más mujeres, en vez de tener tantas novias y era una excelente oportunidad para probar algo diferente.
¿Cuántas veces estaría frente a una oferta así? Si sus amigos hubieran estado en su lugar, hubieran aceptado desde el principio. Y si estuvieran ahí con él, estarían empujándolo a que aceptara de una vez.
—¿Te interesa lo que te cuento? – le preguntó pasando uno de sus dedos distraídamente por su escote.
Buscando su voz, le respondió.
—S-si. – se sentó más derecho tratando de mirarla a los ojos, y no a los pechos. —No sé como se hace, pero si.
Ella se paró y fue hasta su lado sonriendo. Cuando estuvo cerca de él, le besó la comisura del labio y le susurró.
—Yo te voy a enseñar. – lo volvió a besar, pero en toda la boca.
Con sensualidad, lentamente, disfrutándolo.
El le tomó las mejillas y le correspondió el beso con la misma
intensidad. Ella, sonriendo, se puso frente a él, y se sentó en su regazo con una pierna de cada lado. Su bata se subía, mostrando más de esa hermosa piel rosada que lo volvía loco.
Se movió sugerentemente sobre él, arrancándole un suspiro.
Tenía ganas de arrancarle todo y hacerla suya en ese instante, pero no sabía si debía. Había aceptado seguir sus órdenes, y a eso se dedicó.
Permaneció sentado en el lugar de manera pasiva mientras ella se mecía sobre su entrepierna estimulándose por sobre la ropa.
El roce lo estaba enloqueciendo. Podía sentirla a través de la tela de su pantalón, cada vez más agitada, cada vez más acalorada. Más excitada.
Sus ojos se habían cerrado, y con la boca entreabierta gemía muy bajito.
El pensó que iba a reventar. La entrepierna empezaba a dolerle en busca de algo de alivio. Y el no poder moverse, estaba haciendo que todo su cuerpo se acelerara.
Paula bajó las manos por su abdomen abriéndole los botones del pantalón y metiendo las manos por debajo.
Jadeó.
Lo tocaba con las dos manos mientras no paraba de moverse. Ahora sí explotaría.
Estaba haciendo lo posible, apretaba los dientes, y sentía todas las venas del cuello tensas casi queriendo salirse de su cuerpo.
Cuando por fin lo liberó de la ropa interior, arqueó la espalda y levantó las caderas de manera involuntaria.
Ella sonriendo lo acarició como él lo hubiera hecho. Con firmeza y al ritmo exacto que necesitaba.
Casi adivinando lo que quería, se bajó de él y agachándose en el piso, lo tomó con la boca.
Todo se había sucedido tan rápido, y había sido tan ajeno a su voluntad, que lo estaba viviendo como en la mejor de sus fantasías. El suspenso que le ponía a cada cosa que hacía, lo llevaba al borde. Y cuando sus labios lo rozaron, sus ojos quedaron en blanco y su boca se abrió para dejar escapar un gruñido.
Estaba a punto… pero ella frenó.
Abrió los ojos mirándola, mientras se paraba, se bajaba la ropa interior y sonriéndole lo sostenía desde la base de su miembro con fuerza, como formando un anillo con los dedos.
—Todavía no. – se pasó la lengua por los dientes y señalándose le ordenó. —Tocame.
Ni siquiera lo dudó. Llevó una de sus manos a su cintura para sostenerla y con la otra empezó a hacer precisamente lo que le había pedido.
Ahora estaba parada frente a él y lo tenía sostenido con toda su mano. Todavía no era doloroso, pero faltaba muy poco. Igualmente se dio cuenta que a esa altura, si algo le dolía, no le iba a importar. La mano de Paula lo mantenía al límite, pero no lo dejaba llegar al clímax. Y era una suerte, porque al verla disfrutar de sus caricias de esa manera estaba poniendo a prueba todo su control.
Movía sus caderas encontrando sus dedos, totalmente abandonada y muerta de placer. Se mordía los labios y lo apretaba aún más.
Terminó entre gemidos y gritos, casi temblando en sus manos y haciéndolo temblar a él también.
Cayó al piso de rodillas, y sin soltarlo se lo llevó nuevamente a la boca. Pero esta vez lo hizo con mucho más ímpetu.
Determinada a volverlo loco.
Cuando lo soltó de donde lo tenía sujeto, lo miró.
Una sola y significativa mirada felina. Perversa. Llena de deseo.
Esos ojos verdes eran los de una bruja y no pudo soportarlo más.
Apenas lo había acariciado con la lengua, pero se vino
poderosamente, convulsionando en su boca. Desarmándose por completo.
Susurrando su nombre entre dientes apretados. Dejándolo vacío.
Había sido rápido y explosivo.
No se lo esperaba.
Ella se paró sonriendo, cerrándose la bata y se rozó los labios con la yema del dedo índice.
—El miércoles vamos a probar otras cosas. – su respiración todavía estaba algo alterada, pero por lo demás, estaba totalmente compuesta.
Como si nada hubiera ocurrido. Impecable. —Ahora me tengo que ir a hacer unos trámites. ¿Necesitás que te lleve a algún lado?
Y lo estaba echando.
Negó con la cabeza.
—Vivo cerca. – sonrió. Ella ya había estado en su casa.
Ella le devolvió la sonrisa y le alcanzó un pañuelito de papel para que se limpiara.
Terminó de vestirse y arreglarse, pero no podía hacer nada para disimular la erección que todavía tenía. Acababa de tener uno de los orgasmos más fuertes de su vida, pero había quedado con tantas ganas, que su cuerpo latía. Se fue caminando hasta la puerta a la espera de que le abriera.
Lo miró y sonriendo todavía más señaló su abultado pantalón.
—Me gusta tu actitud. – se acercó y en un arranque precipitado lo besó en la boca de manera violenta. Le sostuvo la entrepierna con la mano y suspirando sonoramente le dijo. —Es una pena, pero me tengo que ir de verdad.
El soltó el aire de a poco y como pudo le contestó.
—Me vas a terminar matando.
Ella se rió, y recogiendo algo del piso, le metió la mano en el
bolsillo del jean. Ahí. Tan cerca de su miembro, que éste latió en busca de su contacto.
—Un regalito para que te acuerdes de mí. – y diciendo eso, le abrió la puerta y se despidió de él.
Tambaleándose llegó al piso de abajo, y desde ahí pudo irse a su casa.
La piel le ardía y le vibraba por donde las manos de Paula habían estado hasta recién.
Apenas llegó buscó en su bolsillo para ver que le había dejado, y cuando lo vió, se prendió fuego.
La ropa interior que se había sacado.
Una tanga pequeña y de encaje en color rosa, que había usado ella hasta hacía unos minutos.
Sin frenarse a nada, entró al baño para darse una larga, larga ducha.
Todavía sosteniendo la prenda que le había volado la cabeza, encerrada en el puño de su mano.
No hay comentarios:
Publicar un comentario