Era demasiado.
Si miraba lo que estaba a punto de pasar, acabaría en segundos. Así que cerró los ojos, y respiró con fuerza cuando ella se sentó sobre su miembro, tomándolo por completo.
La sensación de calidez lo inundó y lo hizo moverse casi de manera involuntaria. Agitó las caderas una vez más para sentirla rodearlo con todo el interior de su cuerpo. Se había puesto tan duro como una piedra. Nunca había estado así.
La necesidad por terminar era tan fuerte que lo hacía apretar los dientes.
****
El luchaba contra el agarre, quería algo de control. Estaba por venirse, y quería moverse para evitarlo. Pero ella no lo dejó.
Quería verlo.
Quería ver en sus ojos, y notar dentro de su cuerpo, que él
alcanzaba el clímax.
Aceleró sus movimientos, al tiempo que movía suavemente la cadera hacia delante también, masajeándose y buscando su propio disfrute.
El ver su rostro tenso y escuchar sus gemidos de placer, fue
demasiado para él, que sin poder hacer nada para evitarlo, acabó con un gruñido ronco desde el fondo de su garganta.
Y solo necesitó eso para acompañarlo también. Se pegó a su cuerpo y se dejó ir gritando.
Respiraron calmándose, mientras ella lo desataba con el mismo cuidado y de a poco lo dejaba salir de su cuerpo.
Sin darle tiempo a nada más, lo tomó de la mano y se lo llevó a la cama. En silencio se recostó y comenzó a besarlo.
El respondía con desesperación. Le gustaban sus besos. A ella le gustaba sentir que tenía el control, pero era maravilloso sentir que podían estar a su altura. Y a la hora
de besarla, Pedro la devoraba por completo. Su lengua buscaba, y bailaba con la suya de manera provocativa. La poseía.
Y ella se abandonaba por momentos.
Esta vez no esperó que le dieran permiso. Ella había llevado un par de preservativos al cuarto, y tomando uno lo abrió con la boca y tras subirse encima de ella, la penetró.
Se quedó mirándola mientras sus cuerpos se acoplaban, y el mundo volvía a girar.
Ella gimió. Casi un quejido. Pero tan dulce que él pegó de nuevo su boca a la de ella para besarla.
Se apretaba contra su cuerpo y salía por completo, tentándola. Le besaba el cuello, y le susurraba todo tipo de cosas que a ella le ponían la cabeza a mil.
Volvía entrar en ella con fuerza y salía.
Ella sentía como si fuera una caricia, de fuego, que necesitaba. Que se sentía gloriosamente bien, y él le daba y luego le quitaba. Estaba disfrutando de ese juego.
Se mordió los labios y volvió a gemir.
Esta vez, él empujó con más fuerza en su cuerpo y con la voz entrecortada por el deseo le preguntó.
—¿Te gusta así? – asintió frenética y gimió una vez más. El solo respondió aumentando la potencia en una nueva embestida y volvió a preguntar. —¿Te gusta que te lo haga así?
—Siii. – contestó con los ojos cerrados. —No pares. – rogó.
—Ni loco. – dijo con la voz agitada mientras aumentaba la
velocidad.
Levantó sus piernas y él se las acarició con cuidado mientras seguía con lo suyo.
Estaba cerca, todo su cuerpo se aceleraba.
Se apretó contra ella, bombeando con fuerza totalmente excitado y mientras se sujetaba del respaldo de la cama jadeaba buscando aire.
Era salvaje, y casi violento. Y fue tan fuerte percibir ese contraste con lo que había sido la vez anterior, que sintió que estaba con dos hombres en la cama. Uno sumiso, que se deshacía de placer con su toque, y otro dominante. Que la estaba embistiendo locamente haciendo que su cama crujiera.
Con esa imagen en la mente, se vino en mil pedazos a su alrededor, abrazándose a su espalda con el único propósito de sujetarse a algo entre tanto movimiento. Su cuerpo latía, y se contraía, haciendo que él, tras dos movimientos más, terminara soltando el aire por la boca, con un sonido gutural.
Sus pulsos volvían a la normalidad y sus respiraciones, casi se calmaban. Había sido algo intenso, y los dos habían quedado tan impactados, que no sabían que decir.
Se miraron brevemente y empezaron a reír.
Fue un momento absurdo, pero auténtico.
La risa les nació naturalmente ante la expresión de agotamiento que tenían, y un poco en reacción al torbellino que acababa de pasar por encima de ellos.
Sin dudas se llevaban bien en la cama.
Por cosas como estas, se habían vuelto a ver.
Por cosas como estas, había preguntado por todos lados como podía conseguir su celular. Suspiró. No se arrepentía.
Después de un rato se apoyó sobre su codo y buscó su mirada. Tenía la necesidad de hablar, para dejarlo todo claro. Era parte de su personalidad. No podía dejar nada al azar.
—Quiero que hablemos de algunas cosas. – le dijo calculando su reacción. —Algunas cosas que pasaron recién.
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