sábado, 18 de abril de 2015
CAPITULO 11
Lo necesitaba.
Se dio cuenta de que estaba esperando a que ella tomara la
iniciativa. Y esa sensación de poder, la excitaba a la vez que le daba seguridad. Se paró despacio sin cortar la conexión de sus miradas y quedó a su lado.
De fondo, sonaba “Risa” y aprovechando el ritmo de la canción y un poco la letra, lo sujetó por las solapas del cuello de la camisa y lo besó.
Lo besó con ganas.
Como hacía mucho que no besaba. Apoderándose de su boca sin dejarlo reaccionar, sin dejarlo responder. Era un ataque, no quería respuesta. Quería sentirlo de esa manera. Sorprendido. A su merced.
Cuando la tomó por el rostro para besarla, ella se separó y sonrió.
Levantó una ceja, y esa fue suficiente señal para que se quedara quieto. No se habían puesto de acuerdo, era increíble. Por eso le gustaba Pedro. Por eso le gustaba estar con él.
En silencio todavía empezó a desprenderle la camisa. La ayudó sacándosela por completo y mirando expectante.
Con solo ver esos hermosos ojos celestes esperando por ella para actuar, la hacía enloquecer. Ella también se sacó la ropa. Tenía un vestido liviano, que le insinuaba las curvas que ahora exhibía sin problemas.
Se arrodilló en el piso frente a la silla de Pedro y le sacó los zapatos.
Desde allí abajo lo miró y sintió su respiración agitada y trabajosa.
Se acercó un poco más y desprendió su cinturón y luego los
primeros botones del jean.
Se frenó nuevamente para míralo y él se mordió los labios
brevemente. Iba a necesitar un poco de ayuda, así que tendría que empezar a dar órdenes.
Se empezaba a poner interesante.
—Levanta la cadera. – dijo en tono firme.
El obedeció casi al instante sin saber por qué se lo pedía. Le
terminó de abrir el pantalón, y desde esa pose más cómoda se lo pudo terminar de sacar.
Llevaba puesto un bóxer negro con la marca escrita en blanco justo en el elástico. Muy sexy…pensó.
Pensando en lo que podía hacer a continuación, se fue a buscar algo a la habitación, paseándose mientras disfrutaba de que él la comía con la mirada. Estaba con un conjunto de lencería negro que sabía, le quedaba perfecto.
Cuando obtuvo lo que estaba buscando volvió a la sala, contenta de ver que él no se había atrevido a moverse ni un centímetro. Por un momento dudó.
Volvió a mirarlo y siguió caminando.
Puso frente él lo que tenía en la mano y verbalizó con calma.
—Quiero atarte. – en sus manos tenía un pañuelo de seda rosa. — No te va a doler, solamente quiero que tengas tus manos atrás.
Siempre en este punto había tres opciones. La primera es que se asustara, la insultara y saliera corriendo al grito de ¡Estás loca!. La segunda es que se riera de ella. Y la tercera, y quizá la más probable, era que él estuviera de acuerdo, y al principio le gustara la onda, pero no estuviera listo para todo lo que ella tenía en mente. Y entonces era ella la que se iba, desinteresada.
Tenía reglas muy estrictas hasta para el sexo. Y si le pedían, podía poner en una lista exactamente lo que le gustaba y lo que no. Le gustaba jugar, y sabía que no era el caso de todos. Pero si de muchos. A Juan le gustaba jugar.
Aunque Pedro se había quedado callado por un segundo, lo que hizo a continuación le resonó en todas partes del cuerpo. Sin romper el contacto visual, asintió y le entregó sus manos dócilmente para que lo atara.
Eran ese tipos de gestos, que hacían que no pudiera sacárselo de la mente en todo el día después.
Le puso las manos atrás del respaldo de la silla, y con delicadeza pero firmemente, se las ató.
Ahora, indefenso, se veía adorable.
Le acarició el pecho con la yema de los dedos y fue descendiendo hasta encontrar el elástico de su ropa interior.
El ahora jadeaba y todos sus músculos se tensaban. Ella sabía que al no poder ejercer su voluntad, moría por tener algo de control sobre las ganas que sentía.
Sin dejar de mirarlo, lo tocó sobre el bóxer, sintiendo como crecía y latía bajo su mano.
Llevaba por el deseo más fuerte que había sentido en mucho
tiempo, lo despojó de ropa interior, y liberándolo, subió y bajó su mano acariciándolo. El apretó todos sus músculos y jadeó con fuerza.
Pasó la lengua por la punta, sintiendo como de a poco se mojaba, como ella. Lo fue metiendo de a poco en su boca al tiempo que él llevaba la cabeza para atrás diciendo alguna palabra entre dientes.
Movía las caderas, siguiendo el ritmo que marcaba ella con sus labios, con su lengua, con sus manos. Estaba completamente entregado y deliraba. Dejaba su boca entreabierta y cerraba los ojos gruñendo. La visión era tan erótica, que sin darse cuenta ella había empezado a tocarse.
Sus manos iban desde sus pechos a su entrepierna, y se movían frenéticas en busca de placer.
El estaba a punto, podía darse cuenta porque había empezado a respirar trabajosamente y abrió de golpe los ojos, como queriendo avisarle.
Dejó lo que estaba haciendo y se incorporó.
Se miraba, agitado. Había quedado tan caliente, que no podía controlarse. Si hubiera tenido sus manos libres, seguramente hubiera terminado con lo que ella había empezado. Quería liberación. La necesitaba.
Ella buscó algo más, y volvió a acercarse.
Tirando de su cabello lo obligó a mirar para arriba, donde sus ojos se encontraron. De a poco y sin que viera le colocó un preservativo. El gimió ante ese nuevo contacto, pero ella lo hizo callar con su mirada.
Se puso sobre él, arrodillada en la silla, haciendo que las piernas de Pedro se juntaran apenas entre las de ella que habían quedado abiertas. El notó que se había quitado la ropa interior, y que muy lentamente iba bajando sobre él.
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