martes, 26 de mayo de 2015

CAPITULO 136





Al cabo de tres meses, Paula todavía no volvía a la empresa. 


Se negaba a dejar a su bebé.


—Gabriel, todavía es muy chiquitito. – se quejaba por teléfono.


—Reina, todas las mamás trabajan. – le dijo paciente.


—Yo podría hacerlo desde casa. – sugirió. —Sabes que puedo perfectamente. En estos tres meses no descuidé ni un solo asunto.


—Ya sé… sos una super mamá. – rió su amigo. —Pero prometeme que vas a volver. Porque no quiero que te acostumbres mucho y después te quedes de ama de casa. ¿Qué va a pasar con la empresa?


—¿Yo? ¿Ama de casa? – se rió. —Voy a volver cuando me sienta preparada.


—Ok, jefa. – contestó. —Nos hablamos más tarde. Mandale por favor muchos besitos a esa cosita hermosa que tenés en casa. – sonrió. —Y a Francisco también que es el bebé más bonito del planeta.


Se rió a carcajadas.


—Chau, amigo. – y cortó. —Tu jefe te manda muchos besitos. – le dijo a su marido que acababa de volver de la oficina.


—Ya mañana se los devuelvo en la empresa. – contestó muerto de risa. —¿Pasa algo, mi amor? – se acercó a ella que tenía ahora la mirada perdida.


—Si… estuve pensando…


Se sentaron en la cama.


—¿En que pensabas? – preguntó.


—Si trabajara desde casa… – lo miró evaluando su reacción. —Todo este año…


El abrió los ojos sorprendido.


—¿Es lo que querés? – le resultaba difícil creerlo.


—Me parece que si. – miró la cunita de su hijo. —Quiero disfrutar de todas las primeras cosas que haga… ¿Te parece mal?


—¿Mal? – frunció el ceño. —Me parece que si es realmente lo que te va a hacer feliz, tenés que hacerlo. – sonrió. —Yo te voy a apoyar siempre, en todo.


Suspiró más tranquila.


Si, estaba decidida.


Ella, Paula, se tomaría un año sabático para compartirlo con su bebé.


El mundo no se estaba acabando, ni se había enfriado el infierno.


Podía hacerlo, y lo más importante… Quería hacerlo.


Los meses siguieron pasando, y les fue cerrando la boca a todos aquellos que dijeron que no iba a ser capaz de estar sin ir a la empresa. Lo más curioso es que cada día que pasaba, menos ganas tenía de volver.


Francisco había empezado a comer solidos, se reía y disfrutaba de los juegos y los paseos que tenía con su mamá. Era un niñito feliz. De a poco quería pararse y cada vez se desesperaba más al expresarse. No faltaría mucho para que empezara a hablar.


Era emocionante verlo.


No se lo hubiera perdido por nada.


Una tarde, Pedro llegó de la oficina y tras besarla un rato largo le dio una sorpresa.


—Reservé una mesa en el mejor restaurante del hotel Faena… y tenemos una habitación para nosotros solos hasta mañana. – le habló al oído. —Para festejar San Valentín.


—¿Y Fran? – preguntó alarmada.


—Lo cuida Gaby. – la tranquilizó. —Ya hablé con ella, y viene en una hora.


—¿Te parece? – no le gustaba dejarlo.


—Necesitas un descanso, hermosa. – mordió el lóbulo de su oreja. —Y te quiero una noche para mi solo.


Gimió al sentir su aliento. Mmm…si. Ella también lo necesitaba.


—¿Gaby no tiene trabajo mañana? ¿Por qué no le preguntaste a Sofi si se podía quedar? – preguntó.


Solange, su hermana, había vuelto a instalarse en el país y estaba, para decirlo con una palabra bonita “desocupada”.


—Eh… – dudó su marido. —Porque también está festejando el día de los enamorados… en Córdoba.


—¿Qué? ¿Con quién? ¿Por qué no me contó? – lo miró enojada.


El levantó los brazos defendiéndose.


—Me dijo que había conocido a alguien… nada más. – era un pésimo mentiroso.


—Esa pendeja siempre con alguien distinto. – se quejó.


—No, esto es distinto. Según ella, es …mucho más. – lo miró horrorizada por un momento recordando algo.


Corrió al teléfono.


—¿Juany? – dijo cuando la atendió.


—¡Paula! – contestó el otro. —¿Cómo estás?


—¿Dónde estás? – preguntó fingiendo tranquilidad.


—Viajé a Córdoba por unos días. ¿Por? – abrió los ojos como platos.


—¡Estás con Solange! – gritó.


—Ey… ¿Cómo supiste… – lo interrumpió.


—Es mi hermanita, Juan. ¿Desde cuando? ¿Hace cuanto? – estaba furiosa. —No una compañera más para tus juegos. Que yo no me entere que la metes en toda esa mierda… – ahora era él quien la interrumpía.


—Estoy enamorado, Paula. – se le fue el aire de los pulmones. —La amo. Traté de mantenerme lejos… pero no pude. – sonaba sincero. —Y creeme que no hizo falta que yo la metiera en ningún lado, ella hace años que juega… – se rió. —¿O te pensabas que en Francia solamente hacía cursos?


—¡¡¡¿¿¿Qué???!!! – Leo a su lado le pedía tranquilidad.


—Se tendrían que sentar a hablar ustedes dos. – se rió su amigo del otro lado de la línea. —Y dejá de preocuparte. La voy a cuidar porque es lo más importante en mi vida. Yo nunca te miento, lo sabés.


—Vamos a hablar cuando vuelvan… – suspiró. —Me molesta que no me dijeras nada… pero supongo que me alegro por vos. – dijo entre dientes.


—Gracias, Paula. – contestó.


—Chau, un beso a la loca de mi hermana. – se despidió y cortó.


Miró a su esposo y lo señaló enojada.


—Vos sabías. – gruñó.


—Volviendo a mi sorpresa… – dijo conteniendo la risa. —Nos vamos en una hora. – le sonrió indolente y se fue a preparar el auto.






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