martes, 26 de mayo de 2015

CAPITULO 135




Francisco Alfonso, llegó al mundo algunos minutos después. 


Era pequeño, rosado y perfecto. Había llorado con todos sus pulmones emocionando a sus padres que lloraron a su lado.


Y ahora dormía tranquilo en brazos de su mamá, mientras papá le acariciaba las manitos.


Era la cosita más linda que había visto en su vida.


—Me olvidé de llamar a mi familia, a mis amigas. – se acordó desesperada. —Oh, Pedro… no le dije a tu mamá…


—No te hagas problema, hermosa. – le sonrió. —Juany se encargó. Están todos afuera esperando que les avisen cuando pueden pasar a verte. – se frotó el rostro. —Gracias a Dios que él estaba con vos en ese momento. Perdoname.


—Ahora está todo bien. – dijo totalmente calmada mirando a su bebé. —Pero por favor nunca vuelvas a dejar el celular en silencio.


—Hecho. – contestó muy arrepentido. —Es el bebito más lindo que vi. Y no es porque sea el mío…


—Ya sé… – se rió. —Los bebés son por lo general feitos, pero Francisco es…


—Hermoso. – asintieron mirándolo dormir con la boquita algo abierta.


Sus conocidos empezaron a llegar por turnos un rato después y se quedaron impresionados con la belleza del pequeño. Ya le buscaban parecidos y se reían mientras le hacían montones y montones de fotos.


Los nuevos y estrenados papis, estaban babosos y no parecían reaccionar.


Sus amigas habían llorado a moco tendido y la habían llenado de regalos. Iban a necesitar camión de carga para volver a casa.


Su suegra había llegado para criticarlo todo. Desde la habitación del hospital, la manera en que alzaba a su bebé, hasta la marca de pañales que iba a usar.


Con más paciencia de la que se merecía, Pedro, le explicó que ellos iban a hacer las cosas a su manera. Y aunque lo miró como si le hubiera clavado un cuchillo en el pecho, asintió dolida y aceptó.


Hacía todo ese teatro para que él se sintiera culpable. Era evidente. Pero poco le importaba.


Su esposo tenía una voz, y se hacía escuchar.


A los dos días, por fin les dieron el alta y se instalaron en casa para acostumbrarse de a poco a una nueva vida.


Todo era pañales, llanto y horarios para alimentar al pequeño Francisco, pero a pesar de que dormían algunas horas a la semana, y muchas de ellas, mientras hacían otras cosas como bañarse o comer, nunca habían sido más felices.


Si le tenía miedo a lo poco predecible, con la llegada de su hijo, se había acostumbrado a no poder controlar absolutamente nada.


Había sido todo un aprendizaje.


Pedro era el mejor papá que pudo haber soñado. Tenía paciencia, era cariñoso y se preocupaba a veces más que ella. Nunca podría haberse imaginado un mejor compañero para formar una familia.



****


Su vida había cambiado llenándose de nuevos colores, experiencias y sentimientos que no conocía.


Francisco había traído alegría y emoción a sus días, rompiendo todos sus esquemas.


Cada sonrisa, cada pequeño gesto, les parecía un mundo. 


Era un niño hermoso, tan despierto que lo llenaba de ternura y fascinación.


Su rutina era una locura, pero jamás había tenido tantas ganas de levantarse por las mañana.


Paula era la mamá más impresionante que había visto. Lo dejaba sin aliento a diario. No podía creer que después de tiempo de conocerse, aun habría facetas suyas por descubrir. Estaba completamente enamorado de esa mujer.


La sola visión de ella con su bebé en brazos lo llenaba de mariposas en el estómago. Quería más.


Quería por lo menos un hijo más. Una niña… Sonrió imaginándose una pequeña con los ojos de su mamá, actuando como ella… copiándole las caras… disfrazándose con su ropa.


Se abrazó a Paula por detrás, apoyándola contra su pecho y a su bebito que dormía tranquilito.


Así. Eso quería. Para siempre.





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