Siete meses de embarazo. Y como si eso fuera poco, en pleno verano. Se sentía tan cansada, que a veces quería llorar. Había dejado de usar sus amados y altísimos tacones, por unos… no tal altos y los tobillos, al final del día, de todas formas se le hinchaban.
Estaba molesta, la ropa le quedaba mal. Se veía fea. Y como si eso no fuera ya suficiente para ahuyentar a la gente que la rodeaba, estaba insoportable.
Su ansiedad por terminar de dejar todo listo en los dos meses que le quedaban antes del parto, estaba haciéndole la vida imposible a todos.
Gabriel estaba al borde del colapso. Por lo general se tomaba sus vacaciones en enero, pero este año no había podido justamente para ayudarla.
Pedro, había colaborado con todo lo que podía, y en casa estaba hecho un amor. La mimaba y la cuidaba en cada paso que daba. Tanto que por ahí se sentía un poco culpable de lo cansado que se veía.
Este tenía que ser el verano más caluroso en diez años. El aire acondicionado estaba encendido, pero aun así se deshidrataba. Necesitaba descansar.
Pero no lo admitiría. En el instante en que ella dijera una palabra, la obligarían a tomarse la licencia. Y todavía no estaba lista. No, señor. Todavía no.
Una vez que se la tomara, quien sabe cuando iba a poder volver.
¿Cómo se las arreglaría con un recién nacido? Por Dios.
Serían meses hasta que pudiera si quiera dejar su casa.
Sonrió y se llevó una mano a la barriga. Inmediatamente sintió como del otro lado, respondían con una pequeña patadita.
Por todo lo malo que todo lo demás parecía, estaba todo lo bueno. La conexión que había logrado con su bebito y con Pedro en los últimos meses era una de las cosas más hermosas que le habían pasado.
Su esposo estaba totalmente enamorado de su panza. Le hablaba, la besaba, la mimaba, y a ella se le caía la baba.
Las noches que llegaba a casa y no se desmayaba después del baño, se pasaban horas acostados charlando, imaginando como sería, las cosas que harían los tres juntos y lo felices que serían.
¿Quién hubiera dicho que iba a tener una vida así de normal? Nadie. Menos ella.
Pero lo estaba logrando.
Se acarició el lugar en donde la había pateado, y lo volvió a sentir. Tal vez debería hacer caso a los demás y tomarse unas vacaciones anticipadas.
****
Ya ni siquiera le sacaba el tema de trabajar menos horas, o tomarse una licencia. Era en vano. Lo único que lograba era enojarla y hacer que se angustiara. No parecía querer cambiar de opinión.
Y para empeorar la situación, el doctor “Robert” le había dicho que podía trabajar hasta que ella se sintiera capaz de hacerlo. Pero claro, él no la conocía como los demás.
Obviamente iba a querer trabajar incluso durante el parto.
Estúpido doctor.
Entendía la parte en que era necesario que ella se sintiera cómoda, activa e hiciera una vida normal, pero por Dios.
Afuera hacían como cuarenta grados centígrados y estaba haciendo las mismas horas de trabajo que cualquier otro empleado.
Fuera de la oficina había intentado hacerle las cosas fáciles.
Se encargaba de cocinar, o llegado el caso, pedir comida. Hacía la limpieza, y hacía las compras. Cuando lo dejaba también le hacía algunos masajes, pero raramente sucedía.
No alcanzaba a sacarse los zapatos, que ya se quedaba
dormida.
Con todo lo complicado que estaba siendo estar a cargo de todo, no se arrepentía ni por un solo segundo. Estaba en su momento más feliz.
La panza de Paula había crecido, y se movía. Pasaban ratos enteros mirándola y era algo tan íntimo y especial, que la verdad valía la pena todo el resto.
Sabía que ella se preocupaba, y a veces se sentía algo culpable por su humor, pero a él no le importaba. Se había enamorado de todas esas facetas y con el paso de los días, se enamoraba más.
¿Cómo sería la convivencia con un bebé tan pequeño?
¿Cómo se organizarían? Sonrió imaginándose.
El sonido de su teléfono lo distrajo.
—Publicidad. – contestó en tono monótono.
—Pedro. – la voz de su mujer lo alertó. —¿Estás muy ocupado? – miró las pilas de papeles que tenía al lado.
—No, amor. Decime. – soltó el lápiz electrónico con el que estaba bocetando en la Tablet.
—¿Me podés llevar a casa?
—¿Te sentís mal? ¿Querés que llame al doctor Greene? – preguntó apurado mientras guardaba sus cosas así nomás.
—No, estoy bien. – escuchó que soltaba el aire. —Pero estoy muy cansada y me están matando los pies.
—Amor…
—Ya sé, ya sé. – dijo malhumorada. —Desde mañana trabajo media jornada. No me digas nada.
—Es lo mejor.
—Miles de mujeres trabajan hasta el último día. – protestó.
—Pocas con la exigencia de tu puesto. – intentó razonar. —Con tu horario, tus responsabilidades, y sobretodo, en pleno verano.
—Bah, me da lo mismo. Yo puedo hacer mi trabajo, Pedro. – lo interrumpió.
—Si que podés. Nadie dice que no puedas.
—Solamente recorto mi jornada un poco. – a esta altura se estaba hablando a si misma para quedarse tranquila con su consciencia y no a él.
—Estoy de acuerdo.
—De hecho, si mañana no hace tanto calor, puedo venir y quedarme más tiempo. – puso los ojos en blanco.
—En diez minutos paso a buscarte.
—Ok. – dijo derrotada.
Y así fue, que desde ese día, Paula trabajó hasta el mediodía.
Solo para llegar a su casa, y trabajar aun más allí.
Era imposible.
Y ahora se había propuesto preparar el hogar para la llegada de su hijo. Y eso incluía los muebles, la decoración y por supuesto cuando se cansó de ampliar su guardarropa de embarazada, pasó a crear uno nuevo con pequeña ropa de varón.
El niño tenía tres veces la cantidad de ropa que cualquiera de los dos, y la usaría con suerte un par de días antes de volver a crecer. Era una ridículo, pero lo único que la mantenía cuerda y fuera de la estresante oficina, así que no se quejaba.
Con Gabriel, pretendían convencerla de que su presencia no era tan necesaria en la empresa y que fuera dejando de a poco de ir y tomarse por fin los meses que se merecía para descansar.
Y por otro lado sus amigos y amigas se turnaban para ir a verla cuando se quedaba sola en casa, y como si fuera cosa de ellos, la ayudaban a mover los muebles para que ella no tuviera que hacerlo.
Necesitaba un descanso, y a decir verdad, él también necesitaba uno. Es por eso que había hablado su jefe para que le diera un día libre.
Se acercaba el día de los enamorados y no podía esperar para festejar con su esposa.
Quería hacer algo especial por ella…
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