martes, 26 de mayo de 2015

CAPITULO ESPECIAL






Abrió los ojos y lo buscó a su lado, pero como cada mañana, él se había despertado un rato antes. Se acomodó como pudo, mientras lo escuchaba entrar con la bandeja del desayuno.


—Buen día, bonita. – la saludó con una sonrisa preciosa.


—Buen día. – contestó ella estirando sus manos para que se
acercara y le diera un beso.


Ya ni podía moverse, era absurdo.


El la besó dulcemente en los labios y después, como también se había vuelto su costumbre, la besó en la barriga… que estaba enorme.


Resulta que Pedro estaba en lo cierto. Ese mismo día en el crucero, se había hecho una prueba de embarazo y había dado positiva.


Casi nueve meses después, ahí estaban.


Ella, había pasado por todas las emociones. Nervios, susto, bronca, enojo, exaltación… euforia. Se había vuelto loca, y por poco lo había vuelto loco a su pobre esposo.


El trataba de ser su apoyo en todo, pero a veces lo sacaba de quicio.


Tan analítica que había sido siempre en su vida, y uno de los
cambios más importantes que estaba por dar, no lo había planeado. Era demasiado para ella.


Pero cuando por fin cayó en que iba a ser mamá, y que ese bebito que llevaba en la panza era también un bebito de Pedro, todo cambió.


Los últimos meses de embarazo, los había vivido con ilusión junto a ese futuro papá que no daba más de felicidad.


La había mimado todo lo que había podido… y aunque se encargara de negarlo de por vida, había llorado cuando se enteró que esperaban un varón, el día de la ecografía del cuarto mes.


No sabía si alguna vez superaría del todo sus miedos.


Probablemente no. Probablemente, con la maternidad vendrían otros peores, más grandes… Pero de algo estaba segura.


Miró a Pedro y le tomó la mano, que acariciaba su panza con
cariño…


Ya no iba a estar sola para afrontarlos.








CAPITULO 137




Había tenido su revancha. Oh si.


Llegaron al hotel y tras cenar y brindar hasta el cansancio, se encaminaron a la habitación, ya comiéndose a besos desde el ascensor.


Ella también tenía una sorpresa reservada para él. Salió del baño vistiendo un corsé rojo oscuro con lazos negros y tacones aguja haciendo juego.


Pedro la miraba desde su lugar, arrodillado, desnudo y al lado de la puerta sin moverse.


—Levantá la cabeza. – ordenó.


En sus manos llevaba algo. Lo conocía muy bien. El collar de perlas.


—¿Te resulta conocido? – preguntó tensándolo entre sus manos. El solo asintió con los labios entreabiertos.


Sonrió satisfecha.


—Las manos en el piso. – dijo en tono seguro.


Se acercó a él despacio y le susurró al oído.


—Contamos hasta diez. – sonrió perversa. La miró sorprendido. Con el collar eran siempre cinco.


Lo vio prepararse y cerrar los ojos esperando el primer golpe. Mmm… hacía tiempo que no jugaban así.



****


El golpe llegó con fuerza, cortando el aire y aturdiéndolo.


—Uno. – dijo soltando el aire.


No le dio tiempo a apretar las mandíbulas y un grito se le escapó en el segundo.


—¡Dos! – había olvidado como dolía ese maldito collar. 


Jadeó.


—Tres. – se animó a mirarla y ella estaba mirándolo también. Hipnotizada. Totalmente agitada mientras sujetaba las perlas con fuerza.


Sabía cuanto le gustaba, y eso lo enloquecía. Se mordió los labios.


—Cuatro. – le guiñó un ojo y ella apretó los muslos. Oh si.


—Cinco. – dijo con un leve gemido. La vio morderse los labios también. En un impulso se incorporó apenas y tomándola de la mano, la guió a su propia entrepierna. Ella entendió y sonrió apenas.


Volvió a ubicarse con las palmas en el piso, esperando el sexto golpe mientras ella estaba ahí, a su lado, tocándose.


—¡Seis! – había sido fuerte. Habían gemido juntos casi al mismo tiempo.


—Tu mano, Pedro – lo señaló. El por un segundo no comprendió que quería, pero ella le sonrió.


Bajó su mano por su abdomen y luego más abajo. Ella seguía moviendo sus dedos dentro de su ropa interior. Se tomó con fuerza y mirándola, marcó el mismo ritmo con el que ella se movía.


—Siete. – dijo con la respiración entrecortada.


—Más rápido. – gruñó ella con los ojos ardiendo.


No le costó ni un poco hacerle caso. El solo tenerla ahí, dándose placer, lo llevaba al límite.


Suspiraron y jadearon mirándose a los ojos mientras cada uno hacía lo suyo.


—Ocho. – contó él con el rostro tenso y una capa de sudor que lo cubría por completo.


Paula llevó la cabeza hacia atrás y él pensó que explotaría en ese mismo momento.


Las piernas de ellas se veían perfectas subidas a esos tacos, y ahora, se estremecían y tensaban.


Tan cerca. Quería tocarlas. Quería envolverlas en su cadera.


 Gruñó.


No iba a poder aguantarse mucho más.


—Nueve. – siguió contando. Pero ya no era dueño de su cuerpo. Su mano aceleró apenas ella se bajó la ropa interior.


Sin decirle nada, lo empujó hacia atrás, hasta que estuvo sentado sobre sus talones. Todo su trasero ardía, pero ahora no le importaba en lo más mínimo. Con otro movimiento, se colocó a horcajadas de él, y con cuidado, fue bajando sobre él hasta tenerlo hundido hasta el fondo.


Gritaron una vez. La sujetó por la cadera y la embistió. 


Volvieron a gritar.


Tomando el control, se paró con ella encima y la llevó a la cama en donde la acostó sobre su espalda. La necesitaba con urgencia, y la necesitaba ya.


Se movió desesperado empujando una y otra vez entre sus piernas, hasta sentirlas alrededor de su cintura. Sus pies se clavaban en su piel y escocía, pero le encantaba.


La agarró con fuerza del cabello y la besó. Gemían en la boca del otro, mientras sus cuerpos chocaban haciendo un sonido rápido y salvaje.


Entonces ella levantó una de sus manos y lo volvió a golpear con el collar. Un golpe seco, rudo y …espectacular.


—¡Diez! – dijeron los dos dejándose llevar al mismo tiempo. Tan poderosamente, que sus brazo temblaron. El placer se lo llevó todo. Los envolvió por completo y los aturdió.


Todas sus terminaciones nerviosas haciendo cortocircuito.


Cayeron abrazados tratando de recuperar el aliento.


Algunos minutos después ella lo miró.


—¿Estás bien? – le preguntó.


—Perfecto, hermosa. – tomó aire. —Extrañaba esto…


Rieron.


—Yo también. – respondió ella con la voz ronca.


Se incorporó apenas y apoyándose sobre sus codos, se acercó para besarla.


—Todavía no termino con vos, hermosa. – le susurró al oído.


—Mmm… ni yo con vos… – dijo revolviéndose debajo de él.



****


Y, después de tanto temer… Paula se había permitido abrir su corazón, y entregárselo por completo a Pedro. Juntos se habían embarcado en una travesía llena de aventuras, algunas de ellas divertidas y otras que la aterraron… pero no podía decir que cambiaría ni un solo segundo de ellas. No
se arrepentía y jamás lo haría.


De a dos, habían encontrado el amor, y habían superado todos los obstáculos. Y ahora de a tres, eran felices, como nunca antes.


Estaba lista para lo que viniera.


Quería más. Mucho más. Y lo quería todo con él.





FIN







CAPITULO 136





Al cabo de tres meses, Paula todavía no volvía a la empresa. 


Se negaba a dejar a su bebé.


—Gabriel, todavía es muy chiquitito. – se quejaba por teléfono.


—Reina, todas las mamás trabajan. – le dijo paciente.


—Yo podría hacerlo desde casa. – sugirió. —Sabes que puedo perfectamente. En estos tres meses no descuidé ni un solo asunto.


—Ya sé… sos una super mamá. – rió su amigo. —Pero prometeme que vas a volver. Porque no quiero que te acostumbres mucho y después te quedes de ama de casa. ¿Qué va a pasar con la empresa?


—¿Yo? ¿Ama de casa? – se rió. —Voy a volver cuando me sienta preparada.


—Ok, jefa. – contestó. —Nos hablamos más tarde. Mandale por favor muchos besitos a esa cosita hermosa que tenés en casa. – sonrió. —Y a Francisco también que es el bebé más bonito del planeta.


Se rió a carcajadas.


—Chau, amigo. – y cortó. —Tu jefe te manda muchos besitos. – le dijo a su marido que acababa de volver de la oficina.


—Ya mañana se los devuelvo en la empresa. – contestó muerto de risa. —¿Pasa algo, mi amor? – se acercó a ella que tenía ahora la mirada perdida.


—Si… estuve pensando…


Se sentaron en la cama.


—¿En que pensabas? – preguntó.


—Si trabajara desde casa… – lo miró evaluando su reacción. —Todo este año…


El abrió los ojos sorprendido.


—¿Es lo que querés? – le resultaba difícil creerlo.


—Me parece que si. – miró la cunita de su hijo. —Quiero disfrutar de todas las primeras cosas que haga… ¿Te parece mal?


—¿Mal? – frunció el ceño. —Me parece que si es realmente lo que te va a hacer feliz, tenés que hacerlo. – sonrió. —Yo te voy a apoyar siempre, en todo.


Suspiró más tranquila.


Si, estaba decidida.


Ella, Paula, se tomaría un año sabático para compartirlo con su bebé.


El mundo no se estaba acabando, ni se había enfriado el infierno.


Podía hacerlo, y lo más importante… Quería hacerlo.


Los meses siguieron pasando, y les fue cerrando la boca a todos aquellos que dijeron que no iba a ser capaz de estar sin ir a la empresa. Lo más curioso es que cada día que pasaba, menos ganas tenía de volver.


Francisco había empezado a comer solidos, se reía y disfrutaba de los juegos y los paseos que tenía con su mamá. Era un niñito feliz. De a poco quería pararse y cada vez se desesperaba más al expresarse. No faltaría mucho para que empezara a hablar.


Era emocionante verlo.


No se lo hubiera perdido por nada.


Una tarde, Pedro llegó de la oficina y tras besarla un rato largo le dio una sorpresa.


—Reservé una mesa en el mejor restaurante del hotel Faena… y tenemos una habitación para nosotros solos hasta mañana. – le habló al oído. —Para festejar San Valentín.


—¿Y Fran? – preguntó alarmada.


—Lo cuida Gaby. – la tranquilizó. —Ya hablé con ella, y viene en una hora.


—¿Te parece? – no le gustaba dejarlo.


—Necesitas un descanso, hermosa. – mordió el lóbulo de su oreja. —Y te quiero una noche para mi solo.


Gimió al sentir su aliento. Mmm…si. Ella también lo necesitaba.


—¿Gaby no tiene trabajo mañana? ¿Por qué no le preguntaste a Sofi si se podía quedar? – preguntó.


Solange, su hermana, había vuelto a instalarse en el país y estaba, para decirlo con una palabra bonita “desocupada”.


—Eh… – dudó su marido. —Porque también está festejando el día de los enamorados… en Córdoba.


—¿Qué? ¿Con quién? ¿Por qué no me contó? – lo miró enojada.


El levantó los brazos defendiéndose.


—Me dijo que había conocido a alguien… nada más. – era un pésimo mentiroso.


—Esa pendeja siempre con alguien distinto. – se quejó.


—No, esto es distinto. Según ella, es …mucho más. – lo miró horrorizada por un momento recordando algo.


Corrió al teléfono.


—¿Juany? – dijo cuando la atendió.


—¡Paula! – contestó el otro. —¿Cómo estás?


—¿Dónde estás? – preguntó fingiendo tranquilidad.


—Viajé a Córdoba por unos días. ¿Por? – abrió los ojos como platos.


—¡Estás con Solange! – gritó.


—Ey… ¿Cómo supiste… – lo interrumpió.


—Es mi hermanita, Juan. ¿Desde cuando? ¿Hace cuanto? – estaba furiosa. —No una compañera más para tus juegos. Que yo no me entere que la metes en toda esa mierda… – ahora era él quien la interrumpía.


—Estoy enamorado, Paula. – se le fue el aire de los pulmones. —La amo. Traté de mantenerme lejos… pero no pude. – sonaba sincero. —Y creeme que no hizo falta que yo la metiera en ningún lado, ella hace años que juega… – se rió. —¿O te pensabas que en Francia solamente hacía cursos?


—¡¡¡¿¿¿Qué???!!! – Leo a su lado le pedía tranquilidad.


—Se tendrían que sentar a hablar ustedes dos. – se rió su amigo del otro lado de la línea. —Y dejá de preocuparte. La voy a cuidar porque es lo más importante en mi vida. Yo nunca te miento, lo sabés.


—Vamos a hablar cuando vuelvan… – suspiró. —Me molesta que no me dijeras nada… pero supongo que me alegro por vos. – dijo entre dientes.


—Gracias, Paula. – contestó.


—Chau, un beso a la loca de mi hermana. – se despidió y cortó.


Miró a su esposo y lo señaló enojada.


—Vos sabías. – gruñó.


—Volviendo a mi sorpresa… – dijo conteniendo la risa. —Nos vamos en una hora. – le sonrió indolente y se fue a preparar el auto.






CAPITULO 135




Francisco Alfonso, llegó al mundo algunos minutos después. 


Era pequeño, rosado y perfecto. Había llorado con todos sus pulmones emocionando a sus padres que lloraron a su lado.


Y ahora dormía tranquilo en brazos de su mamá, mientras papá le acariciaba las manitos.


Era la cosita más linda que había visto en su vida.


—Me olvidé de llamar a mi familia, a mis amigas. – se acordó desesperada. —Oh, Pedro… no le dije a tu mamá…


—No te hagas problema, hermosa. – le sonrió. —Juany se encargó. Están todos afuera esperando que les avisen cuando pueden pasar a verte. – se frotó el rostro. —Gracias a Dios que él estaba con vos en ese momento. Perdoname.


—Ahora está todo bien. – dijo totalmente calmada mirando a su bebé. —Pero por favor nunca vuelvas a dejar el celular en silencio.


—Hecho. – contestó muy arrepentido. —Es el bebito más lindo que vi. Y no es porque sea el mío…


—Ya sé… – se rió. —Los bebés son por lo general feitos, pero Francisco es…


—Hermoso. – asintieron mirándolo dormir con la boquita algo abierta.


Sus conocidos empezaron a llegar por turnos un rato después y se quedaron impresionados con la belleza del pequeño. Ya le buscaban parecidos y se reían mientras le hacían montones y montones de fotos.


Los nuevos y estrenados papis, estaban babosos y no parecían reaccionar.


Sus amigas habían llorado a moco tendido y la habían llenado de regalos. Iban a necesitar camión de carga para volver a casa.


Su suegra había llegado para criticarlo todo. Desde la habitación del hospital, la manera en que alzaba a su bebé, hasta la marca de pañales que iba a usar.


Con más paciencia de la que se merecía, Pedro, le explicó que ellos iban a hacer las cosas a su manera. Y aunque lo miró como si le hubiera clavado un cuchillo en el pecho, asintió dolida y aceptó.


Hacía todo ese teatro para que él se sintiera culpable. Era evidente. Pero poco le importaba.


Su esposo tenía una voz, y se hacía escuchar.


A los dos días, por fin les dieron el alta y se instalaron en casa para acostumbrarse de a poco a una nueva vida.


Todo era pañales, llanto y horarios para alimentar al pequeño Francisco, pero a pesar de que dormían algunas horas a la semana, y muchas de ellas, mientras hacían otras cosas como bañarse o comer, nunca habían sido más felices.


Si le tenía miedo a lo poco predecible, con la llegada de su hijo, se había acostumbrado a no poder controlar absolutamente nada.


Había sido todo un aprendizaje.


Pedro era el mejor papá que pudo haber soñado. Tenía paciencia, era cariñoso y se preocupaba a veces más que ella. Nunca podría haberse imaginado un mejor compañero para formar una familia.



****


Su vida había cambiado llenándose de nuevos colores, experiencias y sentimientos que no conocía.


Francisco había traído alegría y emoción a sus días, rompiendo todos sus esquemas.


Cada sonrisa, cada pequeño gesto, les parecía un mundo. 


Era un niño hermoso, tan despierto que lo llenaba de ternura y fascinación.


Su rutina era una locura, pero jamás había tenido tantas ganas de levantarse por las mañana.


Paula era la mamá más impresionante que había visto. Lo dejaba sin aliento a diario. No podía creer que después de tiempo de conocerse, aun habría facetas suyas por descubrir. Estaba completamente enamorado de esa mujer.


La sola visión de ella con su bebé en brazos lo llenaba de mariposas en el estómago. Quería más.


Quería por lo menos un hijo más. Una niña… Sonrió imaginándose una pequeña con los ojos de su mamá, actuando como ella… copiándole las caras… disfrazándose con su ropa.


Se abrazó a Paula por detrás, apoyándola contra su pecho y a su bebito que dormía tranquilito.


Así. Eso quería. Para siempre.





lunes, 25 de mayo de 2015

CAPITULO 134




Con el paso del tiempo, y por más que mucho protestó, Paula había dejado de trabajar. Por fin se había tomado su licencia de maternidad y esta aburridísima.


Pedro trabajaba hasta las cinco de la tarde, y hasta esa hora estaba sola. Sus amigos habían ido a verla, pero ellos también tenían sus ocupaciones, así que apenas se iban, se sentía miserable.


No podía hacer nada. En cualquier otro momento, habría aprovechado para matarse en el gimnasio, salir a correr o andar en bici, pero no. No podía hacer nada de eso.


Ni una copa podía tomarse.


Suspiró cambiando de canal.


Su fecha de parto había llegado, y había pasado también. 


Estaba indignada. Parecía a propósito.


Todas tenían nueve meses de embarazo, pero ella, cual elefante, iba a tener que esperar más.


Necesitaba ayuda por la mañana para sentarse y después levantarse. Porque la alternativa era rodar. Y a decir verdad, le faltaba poco.


Cuando diera a luz iban a tener que romper el marco de la puerta para sacarla de allí con sillón y todo.


Estaba tan incómoda que quería llorar.


Su doctor había querido darle un turno para inducir el parto, pero ella se había negado. Quería que su bebito naciera de manera natural.Pedro se había enojado y habían discutido largo y tendido.


Para su sorpresa, su querida suegra, estaba de acuerdo con ella. Le parecía lo mejor y más sano hacerlo de la manera convencional. Pero claro, eso también podía deberse a que a la mujer, le encantaba verla sufrir, y cuanto más se alargara su molestia, más feliz sería.


Chequeó su celular y contestó un par de mails. Resulta que seguía recibiendo asuntos de su trabajo a escondidas de todos, menos de Gabriel que era su cómplice.


Bueno, era obvio que no podía mantenerse al margen de su empresa…


Si lograba convencerlo, participaría de la próxima reunión por videoconferencia desde su casa.


Estaba pensando en eso cuando un dolor la hizo soltar su teléfono. La panza se le había puesto como una piedra. 


Apenas podía respirar. Varios segundos hasta que frenó de golpe. Como si nada.


Contracciones.


Volvió a alzar el aparato y marcó el número de Pedro.


Contestador. Mierda.


Sus amigos… contestador. ¿Algo le pasaba a su línea? 


Estaba a punto de apagarlo para sacarle la batería cuando escuchó la puerta. Se levantó con cuidado y apenas abrió, otro dolor volvió a doblarla haciendo que se apoyara en el marco.


—¿Paula? – preguntó preocupado.


—Juany, el bebé. – dijo cuando pudo hablar. —Me parece que estoy en trabajo de parto…


—¿Ahora? – miró aterrorizado.


—¡Ahora! – volvió a gritar.


—¿Y Pedro? – la tomó de la cintura mientras buscaba su bolso.


—No me puedo comunicar. ¡La puta madre! – frunció el gesto tratando de pensar en cosas lindas mientras pasaba el dolor.


—Vamos a mi auto, y lo llamás desde mi celular. – la apuró. 


—¡Vamos!


Lo siguió haciéndole caso y en menos de diez minutos, ya estaba ingresada con un suero en el brazo, contracciones más fuertes y ni noticias de su marido. Mierda.


—El doctor Greene está en camino. – avisó una enfermera. —Mientras lo esperamos, voy a hacer unas revisaciones.


Juany la miró incómodo.


—Está bien, se puede quedar con su mujer. – le sonrió la muchacha.


—No es mi… – se aclaró la garganta. – Es mi amiga. Estamos esperando a… Pedro. El es el papá del bebé. – explicó. 


La chica asintió.


Minutos después el doctor Robert entraba colocándose los guantes y una hermosa sonrisa.


—Hola, Paula. – en serio, cualquier momento para ese gesto coqueto hubiera sido malo e inapropiado… ¿Pero justo ahora? Quería golpearlo.


Juany la miró levantando una ceja.


—Doctor. – saludó entre jadeos. Realmente dolía.


—Todo va perfecto. – dijo leyendo el monitoreo en los papeles que salían de la máquina que tenía alrededor de la panza. —Lo estás haciendo muy bien… – le guiñó un ojo. —En un rato vuelvo a verte.


Se marchó con paso confiado por el pasillo, dejando un séquito de enfermeras suspirando.


—¿Qué onda con el doctorcito del acento raro? – preguntó su amigo sin rodeos.


—Es extranjero. – contestó ella entre dientes.


—Y Pedro no le rompió la cara …porque… – quiso saber.


Quiso reírse, pero le salió como un ronquido.


—Está un poco celoso… pero es buen médico. – le comentó. —El mejor.


—Y te mira como si fuera a comerte… – comentó molesto. —Yo lo hubiera agarrado de las pelotas…


—Dale. Después de que me ayude a tener el bebé, porfa. – contestó cerrando los ojos.


Su amigo se rió.


—Esta bueno…


—Si querés salir con él, tenés luz verde Juany… Dale nomás… – le hizo un gesto de indiferencia con la mano. —Eso si… Después de que me ayude a tener al bebé… – le repitió.


—No salgo con hombres. – le aclaró. —Juego, a veces. Jugaba. Ya no. – eso captó su atención.


—¿Ya no jugas? – se sorprendió.


—Estoy conociendo a alguien. – sonrió. —También le gusta jugar, pero es distinto… es mucho más. – se calló de repente como si se hubiera dado cuenta de algo. —No es el momento para estar hablando de esto.


Ella sonrió y lo tomó de la mano.


—Me alegro por vos. – gruñó de dolor. —Apenas pueda, me contas todos los detalles.


El sonrió nervioso y asintió no muy convencido.


Le había parecido raro, pero no dijo nada. Ahora tenía otros temas en la cabeza.


Las horas seguían pasando y las enfermeras le decían que todavía no estaba lo suficientemente dilatada para pujar. 


Quedaba un rato.


Le habían ofrecido la epidural, pero se había negado absolutamente. Natural. Eso era lo púnico que había podido responder.


¿Cuánto tiempo había pasado? No podía creer que su esposo no estaba ahí. No había manera de comunicarse con él. Se habría dejado el celular en silencio. A veces hacia eso cuando quería concentrarse. Pero tan cerca de la fecha de parto, era una muy mala idea… Estaba enojada.


El doctor entró y tras una rápida revisión, le dijo.


—Ya estás lista, Paula. – hizo señas a varias enfermeras que la rodearon, y acercó una bandeja llena de cosas esterilizadas que no había querido ni mirar. —Vas a poner los pies en los estribos, hermosa.


¿Hermosa?


Como si lo hubiera escuchado, Pedro, entró corriendo desde el pasillo y se paró a su lado.


Pedro. – lo saludó el doctor.


El ni lo miró, se fue a parar cerca de su mujer y entre besos le pidió miles de disculpas de todas las formas posibles.


Juany se marchó en silencio.


—Dejé el celular cargando en la oficina de juntas que tiene adaptador y no escuché las llamadas. – le explicó. —Casi me muero cuando leí el mensaje de Juan. Me desesperé. No sé ni como llegué acá… creo que me trajo Gabriel. – se encogió de hombros. —Me bajé con el auto en movimiento.


—Ahora no importa. – sonrió. —Ya estás acá.


El sonrió y la besó reconfortándola.


—Bueno, vas a empezar a pujar. – indicó el doctor Robert. —Ya pasó lo peor. Ahora todo es muy rápido. – la tranquilizó para alentarla.


Sentía que todas las fuerzas de su cuerpo se iban cada vez que empujaba.


—Eso. – la animó el doctor. —Eso, hermosa. Un poco más…


Esta vez si lo había escuchado.


Pedro, le clavó la mirada a modo de advertencia. Pero el otro no se dio por aludido y solo sonrió.


—Una vez más. – indicó. —Ahora vas a tener que pujar durante más tiempo. Pero vos podés, hermosa.


—¿Te golpeaste la cabeza o te lo estás buscando? – preguntó Pedro levantándose de golpe de muy mala manera.


—¿Perdón? – preguntó inocente el aludido.


—¡Pedro! – trató de contenerlo. —¡Ahora no!


Su esposo la miró y asintió avergonzado. Volvió a sentarse en su lugar pero mirando al doctor con los ojos entrecerrados.