lunes, 27 de abril de 2015

CAPITULO 40



Hacía media hora que su madre estaba hablando de que ahora que había vuelto Soledad, era una buena idea mudarse juntos. De esa manera practicarían para cuando estuvieran casados. El suspiraba, y trataba de pensar en otras cosas…pero era tan difícil.


Como la otra vez, Soledad no solo no aclaraba las cosas, si no que se prendía en los comentarios y aportaba de vez en cuando algún detalle más.


Estaba harto.


Antes de juntarse con sus padres, le había hecho prometer que no lo haría, pero no le importaba nada. Ahí estaban, hablando de alquileres de departamento, y de cómo les convenía no mudarse del barrio, porque según su madre, este era el mejor.


Estaba distraído, con la mirada perdida en un punto alejado del restaurante, cuando su teléfono sonó con la llegada de un texto. Apenas vio el nombre de Paula en la pantalla, su pulso se disparó.


“¿Podés venir ahora?”


Entonces si quería verlo. Sonrió.


Miró a su alrededor pensando con que excusa escapar de ahí.


Todos lo miraban como esperando una respuesta de su parte.


Mierda. ¿Qué le habrían preguntado? Se aclaró la garganta y señalando su teléfono dijo.


—Me van a tener que disculpar, pero mañana se cierra una campaña importante de publicidad y tengo que ir a la empresa. – con solo ver la cara que había puesto su madre sabría que tendría problemas.


—¿A esta hora? – prácticamente estaba gritando.


—Si. Hay que entregar todo a primera hora de mañana. – se encogió de hombros.


Soledad lo miró y luego miró a su suegra.


—Alicia, su trabajo es importante y recién empieza. – lo estaba defendiendo. —Podemos volver a comer otro día en la semana.


Genial. Ahora se sentía una basura.


Su madre puso los ojos en blanco y accedió, solo porque amaba a su nuera.


El la miró y por lo bajo le dijo.


—No hace falta, me quedo. – no le parecía lo correcto.


—Era ella. ¿No? – en sus ojos no había ni reproche, ni tristeza. Era solo una pregunta.


—Sole… – ella asintió y lo calló con una mano.


—Andá si querés, en serio. – miró su reloj. —Mis amigas me
quieren dar la bienvenida y en una hora salgo con ellas de todas formas.


—Esto es cualquier cosa. – dijo negando con la cabeza. Ella rió.


—Somos como amigos con derechos. – se acercó más y le susurró en el oído. —No quiero escenas de celos cuando yo conozca a alguien también, eh?


Se rió. Era tan rara.


—Me quedo a comer, y después cada uno ve que hace. – siguió susurrándole al oído. —No me parece bien que nos contemos los detalles de…


Ella asintió entendiendo y haciendo un gesto de cerrarse la boca con un cierre, volvió a reír.


Su madre les sonreía, feliz de ver esa complicidad entre ellos, aunque no había escuchado nada de lo que se decían.


Pedro volvió a desbloquear el celular y escribió una respuesta.


“En una hora me desocupo.”


Tuvo una respuesta casi inmediata.


“A las doce en mi casa.”


A su lado Soledad también con su celular sonreía.


Definitivamente esto era cualquier cosa.




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