jueves, 23 de abril de 2015

CAPITULO 28





Se despertó al lado de Paula con la cabeza a punto de explotar. Por todas partes había botellas, vasos, chupitos, y la ropa de ambos desparramada en el piso. Frunció el ceño. 


Recordaba bastante poco.


La miró y no pudo evitarlo, sonrió con todas las ganas. 


Estaba con el pelo hecho un lío y un gesto adorable. Era preciosa.


Acarició su mejilla y ella sonrió. Moviendo el brazo muy despacio la acercó más a su cuerpo y le besó el cabello.


Ella se movió de manera violenta y lo empujó aun dormida.


—Pará… salí Juan. – dijo con la lengua enredada. Se quedó muy quieto y tensó la mandíbula. —Salí. – repitió.


Una bronca terrible se había apoderado de él, al punto que estuvo por despertarla para decirle algo, pero se dijo que no terminaría bien. Las cosas eran como eran. Ya anoche le había dicho que lo de ellos era un “mientras tanto”. 


¿Para que molestarse?


Todavía se repetían en su mente las cosas que le había dicho la noche anterior… “Juany es bastante más que un compañero de juegos. Es mi pareja… en la vida. Tenemos una historia.”


¿Y él quien era? Era a quien escondía debajo de su cama.


Se soltó de su agarre y con cuidado de no despertarla se incorporó.


—¿A dónde vas? – preguntó ella con mirada juguetona. —Volve a la cama, es muy temprano. – sonrió.


—No gracias. – no le devolvió la sonrisa, no podía.


Tomó su ropa, y se vistió a toda velocidad.


Ella frunció el ceño y se apoyó en sus codos.


—¿Qué te pasa?


—Nada. – contestó sin mirarla.


Lo miró de manera insistente para que le dijera, pero no tenía ganas de hablar.


—No me obligues a que te castigue para que sueltes hasta la última palabra…– lo amenazó.


—No estamos jugando, Paula. – dijo enojado. —Pero me da lo mismo, te lo voy a decir igual. Me dijiste Juan. – su corazón latía salvajemente.


Se quedó por un instante muda y sorprendida. No se lo esperaba para nada.


—¿Dormida? – ladeó la cabeza.


—Si, estabas soñando. – sabía que estaba sonando como un tonto. Y era exactamente así como se sentía.


—Perdón. Sé que te llamas Pedro. – se encogió de hombros como si realmente no supiera porque estaba molesto. —
Estaba dormida, y probablemente bajo los efectos del alcohol todavía.


Volvió a mirarla y dudando le preguntó.


—¿Lo extrañas? – ella negó con la cabeza un poco pensativa.


—Nunca extrañé a nadie. – se sacó el pelo de la cara,
aplastándoselo en un intento de peinarse.


—¿Pensas en él cuando estás conmigo? – estaba yendo muy lejos, lo sabía. Pero le daba igual. Estaba malditamente molesto.


—¿Qué? – casi gritó indignada. Se estaba enojando. Su gesto empezaba a cambiar, y podía notar que le estaba costando no ponerse en el papel de dominante. Su estómago se contrajo.


Inevitablemente bajó la mirada.


Tenía que admitir que desde la última vez, esa reacción era un reflejo. No quería que lo azotara otra vez. ¿O si?


Ella se acercó y todavía arrodillada en la cama frente a él lo miró.


No estaba enojada, como esperaba. Sus ojos se habían suavizado.


Lo tomó por las mejillas y lo besó una vez en los labios.


—¿Estás celoso? – preguntó bajito.


El dudó. No sabía si contestar o no. Suspiró.


—Un poco celoso. – ella sonrió y volvió a besarlo. —No estoy acostumbrado a esto… siempre tuve novias, perdón.


Ella lo hizo callar con otro beso. Uno que empezó muy despacio, y después de unos segundos se hizo más apasionado. Presionó su cuerpo al de él y lo reclamó. 


Suspirando, mordiéndolo, acariciándolo. Tiró de su remera hasta sacársela, y él se desprendió el pantalón para volver a la cama.


Rodaron hasta encontrarse donde querían.


Estaba sobre ella, mientras lo sujetaba por la espalda y se rozaba contra él. Gruñó. Se sentía tan bien. Llevó una mano a sus pechos y lo apretó con fuerza. Fue besando su mandíbula, su cuello hasta situarse con los labios sobre uno de sus pezones. Lo mordió despacio disfrutando de cómo ella se arqueaba, y repitió la tarea alternando con besos.


Recordó lo que habían habado ayer, y buscando su mirada comenzó a bajar por su torso.


Le regó de besos la barriga, hasta llegar a su vientre y ella volvió a gemir. Siguió bajando hasta su entrepierna y fue besándola despacio.


Trazando círculos con la lengua, mientras con una mano la tocaba.


Ella se movía casi retorciéndose sujetando su cabeza.


El se acercó más, pegando completamente su boca y gimiendo haciendo vibrar su piel mientras sus besos se hacían más profundos. Se abrazó a sus muslos y se los masajeó con delicadeza notando como se le ponía la piel de gallina. Comenzó a usar apenas sus dientes haciendo que gritara y moviera su cadera hacia delante y atrás. Su piel resultaba totalmente irresistible. Su suavidad, su delicadeza. 


Rosada. Es todo lo que podía pensar.


Aumentó la velocidad moviendo también su cabeza y pudo sentir en el momento exacto que se dejaba ir. Se contrajo con fuerza y gritó relajándose por momentos. Le daba la impresión que todo en ella palpitaba al mismo ritmo. Hasta sus ojos, que ahora lo miraban vidriosos y llenos de placer. 


Gimió mordiéndose los labios y le acarició el cabello.


Subió a su altura y le sonrió. Estaba sonrojada y respiraba agitada.


Verla así, era lo mejor… Le encantaba. Era adictivo.


Lo miró sonriendo y se acercó para besarlo en los labios. No podía hacer nada para resistirse. Si es que algún día quería resistirse a sus encantos, no tendría remedio. Gruñó respondiendo a ese beso con tal insistencia que casi se hizo daño los labios. La necesitaba de manera urgente. Llevó una de sus manos a su entrepierna y la tocó.


Lo sujetó por el cuello para ponerlo sobre ella y abrió las rodillas un poco más. Estaba perdida.


La tentaba con un dedo, con dos dedos, con la palma de la mano y la sentía tan cerca que él también se había acelerado. Movía su cadera encontrándolo y era una tortura.


—Te necesito, Pedro. – lo miró entre jadeos. —Ahora, por favor.


Miró en la mesa de noche, pero ella negó con la cabeza.


—Quiero sentirte. – la sangre le ardía, y su corazón palpitaba violento en su garganta.


De todas maneras quedaba bastante claro que mientras estuviera jugando con él, no estaría con otros… y por su parte, no tenía ganas de estar con nadie más.


Complaciéndola, pasó una mano por detrás de su cintura levantando su cadera en la posición que estaba debajo de él, y se hundió en ella lentamente.


Ella se retorció pegando sus pechos a su cuerpo, haciéndolos temblar a los dos. Nada se comparaba a ese sentimiento.


Movió la cadera a la derecha y luego a la izquierda, entrando aun más, pegándose más. Es como si quisiera fundirse a su cuerpo, hasta que fueran uno solo. Soltó el aire de manera feroz.


Ella gritó y cerró sus ojos con fuerza.


Sujetando su peso con las manos la miró y le preguntó.


—¿Te hice mal? – ella negó rápidamente y sonriendo se mordió el labio.


El repitió lo que había hecho, movido por esos ojos verdes que no paraban de mirarlo desenfrenados, hipnotizándolo.


Le gustaba su manera de moverse, le gustaba su manera de tocarla.


El le gustaba.


El reconocerlo, lo hizo sentir poderoso, satisfecho, y alimentó su deseo. Ahora estaban ellos dos, y nada más importaba.


Lo que pasara después, ya no era una preocupación.


Aceleró sus embestidas, encantado de escucharla chillar y gritar.


Cada vez más rápido. Cada vez más fuerte. Estaban los dos fuera de si.


—Mmm… Pedro. – dijo Paula en el momento que se dejaba llevar, y a él se le tensó todo el cuerpo. Era totalmente consiente y lo había nombrado a él. Solo a él.


La besó, haciéndole saber que estaba ahí con ella. Solo ella. 


No había nada más. Y acabó entre gemidos con la cara hundida en su cuello.


Exhausto, pero tan lleno, que no tuvo palabras.


Cuando pudo volver a respirar normal, la miró y la besó en la boca, en las mejillas, en la nariz, los ojos, por todas partes. Adorándola.


Queriendo poseerla por completo.




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