lunes, 25 de mayo de 2015

CAPITULO 133






Tenía la piel de gallina. Una de sus canciones favoritas… “Eye of the Needle”. La letra siempre le recordaba a Pedro.


La había escuchado en la época en que habían terminado. 


Se dormía llorando con esa canción casi todas las noches. Y luego, al reencontrarse, la habían bailado solos entre besos en la sala de su casa.


Esa canción reflejaba todo.


Su amor, su dolor, su culpa y todos sus miedos.



And you're locked inside my heart
And your melody's an art
And I won't let the terror in I'm stealing time
Through the eye of the needle


Las lágrimas empezaron a caerle por las mejillas sin que se diera cuenta si quiera de que tenía ganas de llorar.


—No llores… – le dijo abrazándola por la espalda. —Feliz San Valentín, Paula.


—No son lágrimas de tristeza. – contestó dándose vuelta. —Estoy enamorada, Pedro. Muy enamorada. – dijo repitiendo lo que le había dicho aquella primera vez en que le había confesado sus sentimientos.


El se estremeció.


—Me acuerdo que me dijiste eso antes de dejarme… – recordó con mirada triste. —Fue la peor época de mi vida, Paula. – apoyó la frente contra la suya y le murmuró con los ojos cerrados. —Nunca más se te ocurra dejarme. Haría lo que sea,… lo que me pidas… pero nunca te separes de mi lado.


—Nunca. – dijo ella con un sollozo. —Te amo.


—Te amo más. – la besó con ternura, como si el tiempo hubiera dejado de pasar. Con calma, absorbiendo cada momento, cada suspiro, cada pequeña caricia. Siempre había sido así. Todas las angustias, los temores y las inseguridades, desaparecían en los brazos de Pedro. En la necesidad que sentía en sus labios.


No necesitaba, ni quería nada más.


La cena había estado riquísima. Una entrada de ensalada crujiente con espinaca, pollo y parmesano. Y el plato principal, gnocchi de papa con salsa de tomates frescos. 


Estaba encantada.


Se había tomado molestias eligiendo su comida favorita con cuidado y sin incluir ninguna carne roja. Estaba impresionada.


El postre había sido lo mejor de todo. Tarta Sacher servida con frutos rojos. El sabor a chocolate amargo, mezclado con las almendras crocantes le hacían arquear los dedos de los pies. Dios, estaba riquísimo.


—Mmm… – dijo mientras comía. —Este es sin dudas mi postre favorito.


El se rió.


—¿Y el helado? – preguntó.


—Y el helado. – contestó ella haciéndolo reír nuevamente. 


—No puedo elegir. No hay manera.


Se quedó callada por un momento y sonrió.


—A tu bebé también le gustó. – dijo llevándose una mano a la barriga. El pequeño se estaba moviendo alegremente. 


Siempre que comía algo dulce lo sentía.


—¿Si? – se acercó apoyando las manos él también. —¡Si! – dijo sonriendo cuando volvió a acomodarse. —¿Ves? Ahora se mueve, debe estar bailando… Pero cuando vos comes hongos y esas cosas asquerosas te patea. Pobrecito… – agregó negando con la cabeza conteniendo la risa.


Ella se rió.


—Perdoname, bebito… por muy ricos que sean los postres, mami come muy sanito… y cuando nazcas también vas a comer muy sanito vos también.


—Y papi te va a llevar al burguer cuando quieras. – dijo para provocarla, pero los dos terminaron a las carcajadas.


—¿Ya te puedo dar tu regalo? – preguntó ansiosa.


—Ah… esperá que voy a traer el tuyo. – dijo antes de irse de nuevo a la habitación. —En realidad son dos. – agregó cuando volvió levantando las cejas con orgullo.


—Seguro que el mío es más lindo. – lo desafió mordiéndose los labios.


Se sentó y esperó mientras ella le tendía una cajita rectangular.


La abrió con mucha ceremonia y sonrió.


—Un iPhone. – se rió. —Después de todo lo que insististe para que cambie el teléfono… te saliste con la tuya. – tocó la pantalla desbloqueándolo y encontró la foto de su última ecografía. — Paula… – dijo más emocionado tomando su mano.


—Es hasta que tengas una foto con él. – le sonrió a la pantalla. —Pero sale muy bonito de todas formas…


—Perfecto. – tenía los ojos vidriosos. La tomó la barbilla y la besó. —Gracias, hermosa.


—De nada. – sonrió. —Ya vas a ver lo fácil que es usarlo. Yo te voy a enseñar. Vas a poder tener las cosas del trabajo ahí también, la agenda… hay tantas aplicaciones que te pueden gustar. ¿Y la música? ¿Y las fotos? – aplaudió.


El puso los ojos en blanco y le tendió una caja grande, silenciándola.


—Abrí tu regalo. – ella se rió.


Sacó la tapa y destapó el papel de seda que cubría el contenido.


—Oh… por Dios. – contuvo el aire. Sacó una preciosa cartera de la marca que ella usaba.


Ultima colección. Era sofisticada, brillante, color rojo oscuro y olía genial.


—Sé que estás cansada de que te regalen cosas para el bebé. Esto es para vos… – le sonrió. — Nada de ositos, ni moñitos celestes.


—Oh, Pedro… – se paró para abrazarlo. —Gracias. – siempre tan considerado. Siempre sabía lo que le estaba pasando.


Y no es que estuviera tampoco tan cansada de las cosas que le regalaban para su futuro hijo, todo le venía muy bien y todo lo agradecía… pero también sentía que estaba dejando de ser Paula, como ella misma se conocía, para ser una mamá común. Necesitaba de vez en cuando recordarse que no todo tenía que cambiar tan radicalmente.


Y esto, era una forma de decirle que él no se olvidaba, y que para Pedro, esa Paula seguía ahí, a su lado.


—Y el segundo regalo… es simbólico. – se rió rascándose la nuca y alcanzándole un sobre.


Abrió emocionada y super curiosa.


Una postal de la torre Eiffel. Lo miró sin entender.


—Consideralo un vale. – le explicó. —Por un viaje a Paris, apenas podamos viajar. Los tres juntos. – otra vez sentía que las lágrimas se le juntaban en los ojos. Ella y sus hormonas.


—Los tres en Paris. – sonrió secándose las mejillas.


—Es un lugar especial para mí. – le sonrió. —Estaba en tu lista de pendientes, ese fue el lugar en donde te encontré cuando nos separamos… pero en el que volvimos a estar juntos…


—El Sena… – siguió enumerando ella. El asintió.


—En donde casi te pedí que te cases conmigo. – los dos sonrieron ante el recuerdo. —Aunque fue un desastre… y estábamos tan borrachos… – se rió.


—Te hubiera dicho que si. – dijo en voz baja.


El se quedó mirándola.


—Si me lo hubieras pedido, te hubiera dicho que si. – se encogió de hombros de manera inocente.


—¿En serio? – no podía creerlo.


—Por eso salí corriendo. Me dio miedo lo convencida que estaba. – se rió.


—Pero yo pensé que… – su cara de desconcierto era genial.


—Me imagino lo que pensaste… – le acarició la mejilla. —Me alegro de que hayas esperado un poco para hacerlo. La segundo propuesta fue lo más lindo que alguien hizo por mi.


El se quedó mirándola y muy lentamente sonrió.


—Creo que ya terminamos de comer… ¿No? – preguntó con voz grave.


Levantó una ceja mientras los músculos de todo su cuerpo ya empezaban a tensarse.


—Yo también lo creo…


Le tendió una mano y juntos volvieron a la habitación a las apuradas.






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