viernes, 17 de abril de 2015

CAPITULO 8




No podía creer lo que estaba haciendo. Solo unos minutos antes, estaba en la cama con Paula, y ahora estaba debajo escuchando como se iba con su novio.


El no era así.


Cuando escuchó cerrarse la puerta salió de su escondite
malhumorado.


No la conocía, solamente tenía su nombre. Tampoco hubiera
esperado que le contara que estaba en pareja. Pero de todas formas estaba molesto. Si sabía que su novio podía ir a su casa y encontrarlos, debería haberle avisado.


No le gustaba como se sentía.


Sin ganas de seguir pensando en ella, ni en lo que acababa de pasarle, salió del departamento sin importarle que la parejita estuviera por ahí. Si se los encontraba, mala suerte.


Pero no.


El edificio estaba en completo silencio.


Dejó la llave en portería y se marchó.


Ni siquiera le había dado un beso de despedida…pensó.


Se golpeó la frente con la palma de la mano.


No podía estar pensando en eso.


Al llegar a su casa, se dio cuenta de que Soledad no había vuelto, no lo había llamado ni le había escrito. Seguramente estaba camino a Perú.


A diferencia de lo que le había pasado la otra mañana, hoy no sentía culpa. Y no porque técnicamente ya no estaba en pareja, si no porque no lo sentía.


Quien no parecía tener ninguna culpa era esta chica, Paula. 


No había tenido problema en meter a un hombre a su casa, y esconderlo para que no lo descubriera su novio. Si se lo contaban, no lo creería. Era algo sacado de una película. Increíble.


¿Lo haría a menudo?


Frunció el ceño.


¿Qué le importaba? No era asunto suyo.


Y cuanto más se repetía eso, más se molestaba en pensar en lo fría que había sido con él.


Ni siquiera le había dicho su apellido, como para buscarla en
Facebook. Pensó por un segundo que se podía deber a que no la hubiera pasado bien, pero lo descartó. Ya era la segunda vez que estaban juntos. Si no le gustara no se hubiera repetido.


Se acostó mientras amanecía, pensando en ella.


Todavía sentía los besos grabados en sus labios, todavía le parecía oler su perfume…


Muy a su pesar, le había gustado.


Maldijo.


Le había gustado mucho, y quería volver a verla.


El día de su primera entrevista de trabajo, había llovido como pocas veces. De todas formas, se las había arreglado para llevar su material, su portfolio y la camisa que había planchado sin arruinar.


Era una empresa chica, y no estaba interesada en tener un
departamento especializado en publicidad. Más bien se los contrataba esporádicamente según la necesidad. Les había gustado su trabajo, pero no podían asegurarle ni siquiera cuanto sería el pago. Además lo cobraría en tres veces, y había unas cuantas cuestiones más que no terminaban de cerrarle.


Saludó a entrevistador en un apretón de manos y se fue.


Un rato en el gimnasio le vendría bien para descargar tensiones, pensó. Así que se cambió a su ropa cómoda y fue en busca de su amigo Ezequiel.


Apenas lo vio, le señaló una de las cintas para que vaya corriendo.


—¿Y? ¿Cómo te fue en la entrevista? – quiso saber.


El apretó los labios en una línea fina.


—Uff… ni me digas. – le apoyó una mano en el hombro. —Ya va a haber otras mejores.


El asintió mientras aceleraba el trote.


Como pocas veces, el gimnasio estaba lleno de gente, y su amigo lucía distraído. Cada tanto miraba en dirección a la puerta. Más de una vez lo habían llamado de alguna máquina y ni siquiera parecía estar escuchando a sus alumnos.


Y de repente, entró quien estaba esperando. Se rio. Era obvio. La morocha amiga de Paula, vistiendo unas mini calzas negras y un top corto ajustado y su larga cabellera negra atada en una colita de caballo tirante.


Los saludó con la mano y tras sonreír y guiñar un ojo a Ezequiel se ubicó en una de las bicicletas fijas.


Miró a su amigo levantando las cejas.


—Le dije que viniera a conocer el gym – le susurró. —Todavía la sigo remando, pero capaz la convenzo de salir a tomar algo después.


Negó con la cabeza divertido.


—¿Y vos con la amiga? – lo codeó.


Pedro sonrió y sin que Caro escuchara, le contó lo que le había pasado esa última noche, con todos los detalles que pudo. Su amigo se reía y lo cargaba divertido.


—Bueno, pero por lo menos yo estuve con ella. – se burló él. —Dos veces.


Ezequiel puso los ojos en blanco y resoplando, le contestó.


—Pero te echó a patadas de la casa… – comentó.


Se encogió de hombros como si no le importaba, mientras por dentro revivía por enésima vez como lo había tratado. No era solo el hecho de que era la primera vez que le pasaba, pero también había algo más.


Antes de que sonara el timbre, él había sentido una conexión entre ellos. Fueron minutos, pero no podía dejar de darle vueltas al asunto. Algo había pasado. No podía estar solo en su imaginación.


Insultó.


Quería volver a verla. Quería estar con ella otra vez. No tenía ningún sentido, pero se moría de ganas.


Tal vez si le preguntaba a su amiga…


Pero se frenó ahí mismo. ¿Qué estaba diciendo? No podía hacer eso. Primero porque Paula tenía novio, y segundo porque quedaría como un raro. Un acosador. ¿Qué pretendía hacer? ¿Pedirle su celular? ¿Y después qué?


Si ella hubiera querido se lo hubiera dado. ¿No?


De repente abrió los ojos y frenó de golpe la cinta. Acababa de darse cuenta de un detalle.


El tampoco se lo había pedido, ni le había dado el suyo. ¿Y si ella estaba pensando lo mismo que él ahora?


Esto le pasaba por tener tan poca experiencia en estos temas.


Siempre teniendo relaciones tan estables con la misma chica…no estaba en su terreno. Le tendría que preguntar a sus amigos como proceder. Y ellos seguramente tendrían muchas cosas que decir, muchos chistes para hacerle, y lo cargarían hasta el año que viene. Pero si eso lo acercaba a tener otra noche con Paula, lo haría sin dudarlo.


Terminó con su entrenamiento, se duchó y esperó a que su amigo saliera para poder hablar con él. Pero lo vio tan ocupado hablando con Caro, que se dijo que lo que tenía para charlar podía esperar.


Y sonriendo, le guiñó un ojo y levantando el pulgar le deseó suerte.


Aunque seguramente no la necesitaría.


De lejos podía ver como se acercaba a la chica, la ayudaba con los aparatos de musculación y ella sonreía.


En pocos minutos estuvo en su casa.


Se puso ropa cómoda y se dispuso a preparar el material para su próxima entrevista de trabajo. Era en unos días, pero quería estar listo.


Elegía los mejores trabajos que había hecho, pero también se fijaba que fueran del perfil de la empresa a la que estaba yendo.


Un sonido lo distrajo de su tarea. Su celular.


Tenía un mensaje. Pero cuando vio y en lugar de ver el nombre de su destinatario, un número que no tenía agendado, frunció el ceño.


Lo desbloqueó de mala gana pensando que era alguna publicidad de concesionaria de autos, o algo así, pero cuando leyó, su pulso se disparó.


“Hola Pedro, soy Paula. Disculpá lo del otro día. Nos podemos ver esta noche? Besos.”


El teléfono se le quedó en las manos y él todavía no reaccionaba. Al final había sido ella quien se había puesto en contacto. Por un momento se preguntó. ¿Y su novio? Se rio.


Le importaba bastante poco.


Se puso a pensar una respuesta para darle, y no le salía nada. Se sentó en una de las sillas todavía mirando la pantalla como si fuera a tener la respuesta, y nada.


Frunciendo el ceño tipeó lo primero que se le cruzó por la mente.


“Si. ¿Dónde? ¿Cómo tenés mi número?”


Y dio enviar.


Mierda.


Se tapó la cara ofuscado. Había quedado como un desesperado. Y ¿Por qué le preguntaba cómo tenía su número? Lo único que le interesaba es que quería verlo.


Otra vez más se sintió como un tonto.


Era obvio que la primera vez que habían estado juntos había
conseguido llevársela a su casa por la seguridad que el alcohol le había dado. Pero sin él, le pasaban cosas como las de esa noche y se bloqueaba.


No podía ni sonreír.


Por suerte, y aunque no contaba con una respuesta, su celular volvió a sonar.


“En mi casa. Se lo pedí a Muriel, ella estuvo hablando con tu amigo Agus y se lo dio. Te molesta?”


Sonrió y respondió lo más rápido que pudo.


“No! Me alegro de que me hayas escrito. Nos vemos a las 10. Te parece?”


Bueno, eso había salido bastante mejor que lo anterior. 


Sonaba un poco más relajado. Volvió a sonreír. Era una tortura, no sabía como comportarse con ella, pero tenía ganas de verla. No podía esperar. Los recuerdos de sus ratos juntos vinieron a su mente quemándole el cerebro.


Y una nueva respuesta llegó a su teléfono.


“Perfecto. Nos vemos esta noche.”


Se sorprendió un poco por el tono frío de su mensaje, pero estaba demasiado nervioso como para que le molestara. Había querido que vaya a su casa directamente. Nada de bares, o restaurantes. No perdía el tiempo, y eso le gustó.


Tal vez se estaba imaginando algo que no era, pero de todas formas la ansiedad solo iba en aumento.


Decidió que solo por si acaso se volvería a bañar. Y ya estaba pensando con detenimiento que se iba a poner, cuando sonó su teléfono.


Miró la pantalla esperando ver a quien antes le había estado
escribiendo, pero no. No era Paula.


—Hola, Soledad. ¿Cómo estás? – dijo largando el aire, notoriamente decepcionado.


—Mal. Te extraño, amor… – ponía esa vocecita a la que él nunca podía resistirse. Ese tonito lastimero que se le clavaba entre las costillas como un cuchillo.


Suspiró.


—Yo no te dije que te fueras. Vos sola lo decidiste. – le recordó.


—Si, pero estaba muy enojada… No quise decirte todas esas cosas que te dije. – la angustia de su voz le partía el corazón. Sabía como debilitarlo.


—Soledad, no me hagas esto. – le rogó. —Me vuelven loco tus vueltas, tus idas y venidas.


—Por lo menos prometeme que cuando vuelva me vas a dar otra oportunidad, y lo vamos a volver a intentar. – dijo al borde de las lágrimas.


—Vos sabés que yo te quiero.


—Yo también te quiero. – dijo sinceramente. —Cuando vuelvas vamos a hablar. Ahora necesitamos un tiempo para que los dos pensemos. Vos aprovechá y disfrutá tu viaje. Y yo voy a hacer mi vida también.


Ella sabía a que se refería. Eran las condiciones de cuando recién se habían conocido. Estaban retrocediendo un par de casilleros en la relación, pero por lo menos no estaban cortando de raíz, fue lo que ella pensó.


—Esta bien. Te llamo cuando vuelva. – tomó aire con tristeza. —Te quiero.


—Yo también, nena. Cuidate. – contestó antes de cortar.


Odiaba escucharla o verla llorar. Era algo que no soportaba. Y peor todavía, si pensaba que él era el responsable de esas lágrimas.


Pero como le había dicho, él no la había echado. Lo confundía. Un día lo quería y le rogaba, y al otro lo insultaba y rechazaba. Era demasiado.


No solían pelearse.


Pero las pocas veces que lo habían hecho, había sido terrible.


Había veces que pensaba que no se peleaban por tonteras, porque estaban más allá de esas trivialidades por las que discutían las otras parejas. Pero otras veces, como hoy, llegaba a pensar que no se tomaban la molestia de pelarse porque no les importaba demasiado. La relación entre ellos había empezado en términos muy livianos, y era inevitable caer siempre en lo mismo. Todo era tan cambiante, como la misma Soledad.


Algo molesto se fue a dar un baño para relajarse y poner la mente en blanco un rato hasta que tuviera que reunirse con Paula.


No tenía intenciones de contarle Soledad de las veces que había visto a esta chica. Después de todo no era relevante desde su punto de vista. Como cuando salían y él estaba con alguna que otra compañera de la facultad.


Eran cosa de una noche. El mismo acababa de dejarle claro que cada uno haría su vida.


Pero después de haberla escuchado tan mal, algo de culpa le daba.


Maldijo.


¿Ella era la que no se decidía y él el que tenía que sentir cargo de conciencia?


No le parecía justo. Lo enojaba.


Y mientras lo meditaba se bañó, se cambió y se preparó para ir a lo de Paula.


Una corriente eléctrica de puros nervios le recorrió el cuerpo. ¿Qué se dirían? ¿Cómo tenía que saludarla? ¿Cómo sería? 


A último momento pasó por una licorería y compró un vino que según el vendedor, quedaba bien con casi todo. Sonrío para sus adentros. ¿Cenarían o directamente…?


Era tan extraño darle todo el poder a la otra persona. Ella lo había controlado todo desde el principio. Hasta en la cama tomaba las riendas de la situación. Y eso era distinto… Pero le encantaba.


Tanto que su respiración se agitaba a una cuadra de llegar a su edificio.


Se estacionó en la entrada y se secó las manos transpiradas en el jean. Tomó aire para serenarse y se bajó con el vino.







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