viernes, 22 de mayo de 2015
CAPITULO 124
Habían dado la noticia en la empresa al otro día. Todos parecían sorprendidos menos Gabriel, y los felicitaron cariñosamente.
Después de hablar con su marido, se enteró que su amigo ya sabía desde hacía algunos días.Pedro le había pedido especialmente que no le dijera a nadie, ni que le hablara del tema a ella para no disgustarla.
Ya habían hablado, y estaba todo bien. El insistía en que no tenía por qué pedirle disculpas por su comportamiento, pero aun así se sentía mal de que él hubiera tenido que tomarse tantas molestias para que ella no enloqueciera.
No le parecía justo. Se sentía culpable.
Y para colmo, su amigo esperó a que estuvieran solos para regañarla.
—Pobrecito mi Pedro, le estás haciendo la vida imposible otra vez. – sacudió la cabeza.
—No es tu Pedro. – se quejó ella mirándolo enojada.
—Se muere por festejar. ¿Lo viste? – le dijo. —¿Qué es lo tan terrible del asunto? ¿Acaso no estás enamorada de él? ¿Acaso no querías tener hijos algún día?
Ella cerró los ojos apenada.
—Si, ya sé. Soy de lo peor. – se mordió el labio. —No sé por qué no se cansa de mí y me manda a la mierda. Estoy hartante. – se tapó la cara compungida.
—Deben ser las hormonas. – dijo él acariciándole un brazo. —Y te cuento, por si no sabes, que tu chico no te va a dejar nunca. Tiene una paciencia increíble y te banca todas las locuras.
—Basta, no seas malo. – le dijo apenas mirándolo. —Te contesto… si, estoy enamorada y si. Quería tener hijos. Pero pensé que íbamos a planearlo con tiempo… Ya sabes como soy.
—Es lo que te tocó. – dijo encogiéndose de hombros.
—Si. – se llevó una mano a la barriga. —Pero estoy contenta. Aunque no se note tanto.
Se rieron.
—Estoy mucho mejor que antes. Ahora puedo decir las palabras bebé, panza, y embarazo sin tener taquicardia. – enumeró orgullosa mientras su amigo negaba con la cabeza.
—Me alegro por vos, reina. – la abrazó. —Se te ve feliz. Muerta de miedo, pero feliz.
Se rieron otra vez.
Los siguientes en enterarse fueron sus padres.
Como era de suponer, los padres de ella, habían saltado de alegría y querían hacer una fiesta de lo contentos que estaban. Los habían felicitado y ya se habían ofrecido a cuidar al pequeño, o pequeña todas las veces que ellos quisieran salir.
Habían sugerido nombres, y ya estaban haciendo una lista de todas las cosas que querían regalarles.
Y por más que con Pedro les habían dicho que no era necesario, ellos habían insistido hasta el cansancio.
Con sus suegros, había sido algo distinto.
El padre de Pedro, estaba contento con la noticia y al igual que sus padres, había querido colaborar con la feliz pareja en lo que sea. Pero Alicia, su madre tenía otras ideas.
Una noche, cayó de visitas al departamento sin avisar y se auto-invitó a cenar. Tenía, según ella, preocupaciones y asuntos que debían ser tratados cuanto antes.
—¿En qué hospital te estás haciendo atender, querida? Porque a mí me gustaría que te hicieras ver por mi obstetra. – dijo sacando una libreta y poniéndose las gafas para ver de cerca.
—¿Qué decís, mamá? Ese pobre hombre debe tener cien años ya. – dijo Pedro riéndose.
—No es así. – dijo mirándolo ofendida. —Y es una eminencia en el campo de la obstetricia.
Paula se contuvo y con su mejor sonrisa le comentó.
—Tengo obstetra, pero muchas gracias Alicia. – dijo educada.
—Necesitas al mejor. – levantó las cejas y se miró las manos. —Después de todo no es un embarazo como cualquiera… vos ya sos grande… y… es más complicado…
Y hasta ahí había llegado su educación. Sintió como su mandíbula caía abierta. ¡De nuevo con eso de que era vieja! ¿Qué le pasaba a esa señora con la edad? No tenía ni treinta y tres años, por el amor de Dios.
—¡Mamá! – la regañó. —¿Cómo vas a decir eso? – se indignó. —Paula no es grande. Y la próxima vez que digas una cosa así, se acabó. No pienso sentarme a escuchar que le faltes el respeto. Es mi esposa y la madre de mi hijo.
Ja! Tome señora. Pensó. Nunca lo había visto así, estaba orgullosa… le atraía este lado de su marido. Y le atraía mucho.
Ella no dijo nada, pero no pudo evitar la sonrisa que tenía casi tatuada en el rostro. Su suegra la odió más aun, si eso era posible.
—Bueno, entonces ese tema después lo vemos. – dijo Alicia sin admitir su derrota. —Me parece una buena idea que con tu padre nos mudemos por acá cerca. Nos van a necesitar en estos meses y además me gustaría estar cerca para el momento del parto. No pienso perdérmelo por nada del mundo. Mi primer nieto. – decía sin parar ni para respirar. —De mi único hijo. – se llevó una mano al pecho aparentemente muy emocionada.
Era demasiado.
No sabía por donde empezar. Tenía que recordar que estaba frente a la mamá de Pedro, y tenía que ser respetuosa… pero las hormonas le jugaron una mala pasada y sin pensárselo le soltó.
—Usted no va a estar en el parto. De ninguna manera. – la señora abrió los ojos como dos platos. —Ese es un momento íntimo. De Pedro, mío y nuestro bebé. No pienso discutirlo.
—Estoy de acuerdo. – dijo su marido asintiendo. —Y no vas a mudarte porque no se justifica. Tenés tu casa, papá está cómodo… hace veinte años que viven ahí. – sacudió la cabeza. —Te lo agradezco, y sé que tenés buenas intenciones, pero es una locura. Si te necesitamos, sabemos donde encontrarte.
—Entonces no voy a tener ningún papel en la vida de este niño. – se victimizó. —No me quieren cerca.
—Mamá… – dijo él cerrando los ojos cansado.
—No es eso lo que decimos, Alicia. – intercedió con ánimos de mediadora. —Usted es la abuela, y va a poder ver a su nieto cuantas veces quiera. – ni loca. Pero ya habría tiempo de arreglar eso.
—Apreciamos mucho el gesto, de verdad. Pero estamos muy bien así.
La mujer asintió con gesto dolido.
—Como ustedes quieran. – dijo.
Y cuando pensaron que todo estaba arreglado y por fin podían tener una charla civilizada…
—Vas a tener que cuidarte mucho con las comidas, Paula. – suspiró mirándola. —Yo engordé con Pedrito como veinte kilos… y era mucho más chiquita que vos. ¿Cuánto medís? ¿Metro setenta? ¿Ochenta?
Mierda.
Era venenosa.
—Si subo un poco de peso quiere decir que el bebé está creciendo sano. – dijo entornando los ojos. —Además tengo nutricionista, pero gracias por su preocupación.
Sabía que el sarcasmo en esa última frase había sido evidente para todos.
—Es que adelgazar a los veinte es una cosa, pero a los casi treinta y cinco, querida… cada vez es más difícil. – ahora si le arrancaba los pelos.
—Mamá, te avisé. – dijo Pedro que se había puesto rojo como un tomate por la incomodidad. — Esta charla se terminó.
Se paró y sin mirarla si quiera, abrió la puerta y se quedó parado al lado. Mmm… se lo hubiera comido a besos justo en ese momento.
—Sos un grosero. – lo reprendió. —Yo no te eduqué así… que vergüenza. – negó con la cabeza indignada y se fue sin despedirse de ninguno de los dos.
—Perdón. – dijo achinando los ojos todavía avergonzado.
Sorprendiéndolo, se mordió los labios y de un salto se abrazó a él, cruzando las piernas en su cadera.
—Me encanta cuando te pones así. – le dijo besando su cuello.
El se rió y la sujetó por los muslos.
—¿Si? – levantó una ceja.
—Mmm…si… – contestó moviéndose de manera sugerente.
La mirada celeste de Pedro se encendió.
Le tomó el pelo con fuerza y se lo jaló.
—¿Si, que? – preguntó casi gruñendo.
Todas las terminaciones nerviosas acababan de prendérsele fuego. Hacía meses que no jugaban.
Mmm… necesitaba esto.
—Si, señor. – susurró excitada.
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